Dinamarca
Alumnos tramposos: a la cárcel por copiar en clase
Cuatro adolescentes pueden ir a prisión por copiar en el Bac, examen de selectividad francés. Colgaron una pregunta en una web el día antes de la prueba
Chaldeen» es su pseudónimo. Tras este nombre de guerra se escondía ingenuamente el autor de un fraude masivo en el examen del Bac, la selectividad francesa, que ha hecho temblar los cimientos de esta prueba que supone el pasaporte de los bachilleres galos a la Universidad.
De no haber sido desenmascarado, el ejercicio de probabilidades del examen de matemáticas este año hubiera sido, sospechosamente, el mejor calificado de todo el Bac. La pregunta en cuestión aparecía colgada en una web la víspera del control. En forma de fotografía mal tomada y algo borrosa, lo que podía hacer dudar de su veracidad. Sin embargo, al día siguiente los alumnos de la opción científica encontraban sobre su mesa el mismo problema, que el ministerio ya ha anulado.
Usaba un alias y datos falsos para quedar cubierto y mantener a salvo su identidad en caso de contrariedad. Aunque perpetrando su maquinación en un foro de videojuegos para adolescentes, no creía que fuera a levantar sospechas. Nada más lejos de la realidad. Este «juego de niños» aún puede costarles la cárcel a este joven de apenas veinte años y a sus tres amigos. Entre ellos, el proveedor del ejemplar del ejercicio, un adolescente de la región de Aviñón. Su padre, empleado de una empresa de equipamiento técnico con la que trabaja la imprenta encargada de las copias, sería la presunta e involuntaria fuente al llevar a casa por descuido una de las fotocopias para usarlas como borrador.
Como sus tres correligionarios, «Chaldeen» ha sido inculpado por «fraude en examen público y violación del secreto profesional». Un delito que aún les podría enviar tras los barrotes pues está penado con tres años de prisión y una multa de 9.000 euros según una ley, aún vigente, de 1901. La Fiscalía de París había solicitado para ellos la detención provisional pero el magistrado ha desestimado que la cárcel sirva de escarmiento mientras llega el juicio. Todos están en libertad, aunque el cabecilla no ha escapado a un régimen de control judicial.
Firmeza y severidad
El episodio puede resultar anodino o casi anecdótico si no fuera porque afecta a buen número de los más de 600.000 estudiantes que cada año se enfrentan a este crucial examen, que no sólo les permite el acceso a la Universidad sino que decide la adquisición del título de bachillerato.
A la espera de que se esclarezca la implicación de cada uno de los imputados, el ministro de Educación, Luc Chatel, ha prometido mano dura. Una batería de sanciones, que vendrían a sumarse a las ya existentes. Ahora en caso de copia o cambiazo conllevan la prohibición de presentarse a un examen público en cinco años.
Tras décadas de un cierto laxismo en las aulas, la solución del Gobierno francés pasa por más firmeza y severidad. Es la línea roja marcada por Sarkozy: «Hacer de la escuela un lugar de trabajo, de autoridad y de respeto. Sin violencia, móviles, gorras ni cigarrillos». Un retorno a una educación de antaño en la que los alumnos se levantaban cuando el profesor entraba en la clase, una actitud que el mandatario galo quiere restaurar.
Aunque el endurecimiento de las reglas «no es siempre el mejor de los remedios», según explica a LA RAZON Éric Debarbieux, director del Observatorio Internacional de la violencia en la escuela. «Los reglamentos aprobados hace unos días prevén un justicia escolar más inteligente que no consista en la represión. Por ejemplo, la exclusión del establecimiento por mala conducta se reduce a menos de un mes». Defensor de la «justicia restauradora», este sociólogo ve como un avance el recurso «a trabajos de interés general» como medida alternativa del nuevo arsenal y que suponen una contribución a la sociedad. «El castigo por el castigo no funciona», añade. «Se entra en una cadena infernal en la que castigo llama a castigo». Para que sean eficaces, las sanciones «han de ser personalizadas», concluye.
No es una especificidad francesa, pero el país galo conserva una posición destacada entre los más copiones. En un estudio realizado en 2009 por dos sociólogos se desprende que el 70 % de los estudiantes habría copiado al menos alguna vez a lo largo de su escolaridad. Son muy pocos los sorprendidos en flagrante delito.
Las nuevas tecnologías
Las viejas tácticas siguen estando de moda. Desde la clásica chuleta camuflada en el puño de una camisa o la biblioteca instalada en los servicios, al libro anotado en el regazo o la sustitución de identidad para los más atrevidos. Aunque la reina de las astucias a la hora de copiar sigue siendo la calculadora. Cada vez más perfeccionada, sirve para registrar fórmulas pero también datos, fechas y textos muy útiles en caso de olvido, y además es de los pocos elementos permitidos sobre el pupitre.
Pero en los últimos tiempos, las nuevas tecnologías complican la tarea de profesores y vigilantes. Los ultrasofisticados Smartphones suponen un nuevo y difícil desafío hasta el punto de que en algunos sectores educativos se cuestiona la subsistencia del Bac y su validez como prueba decisiva. Sobre todo porque su coste representa un alto presupuesto –algo más de 50 millones de euros, a 79,1 euros por alumno– y muchas horas de trabajo. Un rompecabezas anual para preparar un total de 4.880 preguntas distintas y movilizar a 160.000 profesores que terminarán su curso escolar corrigiendo cuatro millones de folios en apenas unos días.
Desde 2009 la normativa se ha endurecido pero es insuficiente. Anualmente, uno de cada mil candidatos es sorprendido con las manos en la masa. Y la mitad de ellos por utilizar un teléfono móvil, aunque el reglamento prohíbe su uso durante el examen. La simple tenencia del aparato hace al estudiante sospechoso de fraude con el riesgo de que se le anule el ejercicio pudiendo incluso imponer una sanción que le prohíba de por vida acceder a un título de enseñanza superior. «Desde que todos tienen un Smartphone, cada vez copian más», cuenta resignada una profesora de Historia en un liceo de París. «Es un combate cada vez más arduo. Y aunque les pido que dejen su móvil encima de mi mesa antes de comenzar, a veces tienen hasta dos teléfonos», relata con desaliento.
Exámenes orales
«No podemos quedarnos como si nada», denuncia Philippe Tournier, secretario general del sindicato de directores de centros escolares. Deplora la «inquietante mansedumbre» frente a los casos probados de fraude y reivindica más firmeza. Además de una adaptación necesaria de la legislación y las normativas, obsoletas e impotentes ante las nuevas técnicas para copiar. Da por perdida la «guerra del Smartphone», pues resulta imposible cachear a cada joven que pide ir al servicio y evitar que consulte en su aparato una definición o la corrección de un ejercicio, señala Tournier. Propone como alternativa modificar el tipo de examen y conceder, como sucede en otros países de su entorno –y no es el caso de España– más importancia a las pruebas orales que a las escritas o privilegiar la evaluación continua.
Lo curioso, y contra lo que pueda pensarse, es que no copia quien menos sabe o es peor estudiante sino quien tiene interés en aprobar. «Las trampas son culpa de un sistema tan selectivo que acaba favoreciéndolas», analiza Pierre Merle, sociólogo y profesor de una Universidad bretona. «Cuando se trata de obtener un buen boletín de notas, una mención en selectividad porque eso condiciona la entrada en un buen centro, hasta los bueno alumnos acaban copiando».
¿Libre acceso a internet durante el examen?
Si no puedes con el enemigo, únete a él. Algo así han debido pensar en Dinamarca ante la irrupción de las nuevas tecnologías en la aulas, conscientes de que internet forma parte de la vida cotidiana de los jóvenes. El aumento de la vigilancia durante los exámenes da frágiles resultados. Así que el país escandinavo ha decidido permitir el libre acceso a la red durante los controles. Una iniciativa experimental y pionera en Europa que no extraña proceda de los países nórdicos, siempre en la vanguardia y menos conservadores en materia de innovación. Eso sí, el uso de internet tiene sus límites. Tanto los correos electrónicos, como los mensajes instantáneos (SMS) o el plagio de textos están formalmente prohibidos. Para asegurarse, los ordenadores son objeto de controles aleatorios y el historial de navegación es analizado convenientemente tras el ejercicio. De lo que se trata es de evaluar la capacidad de reflexión y razonamiento del alumno, la búsqueda de información y su uso, más que sus talentos memorísticos.
La experiencia arrancó en 2010 en una serie de Liceos «piloto» y ya se ha extendido a todos los centros daneses. E incluso la University of Southern Denmark cuenta dar un paso más, sustituyendo las pruebas escritas por exámenes digitales en lo que queda de año. Una idea revolucionaria que, quién sabe, podría crear escuela en la vieja Europa.
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