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Martin Creed a lo grande por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Parece que Madrid comienza a recuperar su pulso artístico más intenso: la temporada comenzó con la excelente muestra que el Reina Sofía ha dedicado a cartografiar la escurridiza figura de Raymond Roussel, y ahora, la Sala Alcalá 31 –una de las de trayectoria más coherente y «pedagógica» de la ciudad– inaugura hoy la muestra individual más ambiciosa y panorámica que el británico Martin Creed ha realizado hasta el momento en España. De entre el nutrido grupo de nombres que conforman ese cajón de sastre denominado Young British Art, quizás sea Martin Creed el artista que ha sido capaz de diseñar un discurso conceptualmente más sutil y sólido. La enunciación más exacta y explícita de su ideario se puede encontrar en un luminoso que colocó en la fachada de la Tate Britain, en 2001, y que rezaba: «The Whole World + the Work = The World» («El mundo entero + la obra = el mundo entero»). La fórmula no puede ser más precisa a la hora de actuar como declaración de intenciones de toda una trayectoria: la «obra» –de arte– no añade nada al mundo. Para Creed, el arte ha de reducirse a su expresión más mínima, a una mera cuestión de «intervención inmaterial» del mundo que no deja huella alguna. De hecho, en ese mismo año 2001, se alzó con el Premio Turner con una instalación que ya constituye uno de los grandes iconos del arte contemporáneo: «The Lights going on and off». En ella, el espectador era invitado a penetrar en un espacio vacío, sin ningún objeto que actuase como reclamo o enganche para la mirada. Solamente la cadencia intermitente de las luces de la sala –que se encendían y se apagaban antes de que el visitante se pudiera acostumbrar a un tipo de percepción del espacio en el que se encontraba– rompían la sensación de vacío absoluto en un principio reinante.

Bromas visuales
En realidad, Creed se había limitado a «poner al día» la célebre Exposición del vacío, realizada por Yves Klein en 1961, así como otras experiencias conceptuales como las significadas por artistas como Piero Manzoni o Robert Barry, cuyo «gesto artístico» nada aportaba a lo ya preexistente. Aunque no está de más reconocer que, frente a la tendencia hacia el espectáculo y la broma visual de muchos de sus compañeros de generación –ahí está Tracey Emin–, la contención y la economía de medios que singulariza algunas piezas de Creed lo situán como uno de los nombres clave de este momento.