Santiago de Compostela

Patria con hongos

La Razón
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Un funcionario de la Brigada de Policía Judicial de la Guardia Civil me dijo hace algunos años durante una redada de madrugada en un club de carretera: «A sitios como éste un tipo como yo sólo puede venir en acto de servicio. Mi sueldo es tan ridículo, muchacho, que si tuviese que pagar dos rondas en este garito no podría hacerlo sin antes haberlo atracado». Aquel tipo no exageraba en absoluto. Las cosas no mejoraron mucho desde entonces. Si echásemos cuentas, veríamos que cualquier delincuente de poca monta lleva en sus bolsillos más dinero que el guardia civil que lo detiene. Todo es escasez e incomodidades en el ambiente en el que desarrollan su trabajo los hombres y mujeres de la Guardia Civil. En el cuartel de la Benemérita en Santiago de Compostela el mueble que mejor se conserva es el mástil de la bandera. Hace dos días acudí con motivo de unas gestiones personales al destacamento de la Guardia Civil en Milladoiro, a las afueras de Santiago, y hacía tanto calor dentro que estuve tentado de preguntarle al guardia de puertas si al final de sus ocho horas de servicio no se le pasaba por la cabeza mirarse entre las piernas por si en el transcurso de la guardia sus huevos hubiesen incubado un par de pollos para la cena. En mis días de periodista de sucesos, un sargento de la Brigada de Información me dijo que si estaba a gusto trabajando vestido de paisano no era por desconsideración hacia el uniforme reglamentario, sino porque por la escasez presupuestaria les cosían la ropa tan apañada que no le cabían las manos en los bolsillos. La divertida exageración no ocultaba en absoluto la cruda realidad de que los funcionarios de la Benemérita se desenvolvían en un ambiente precario e insalubre en el que las posibilidades de estar a gusto defendiendo los intereses de la patria no eran en absoluto mayores que las de criar hongos. Uno de mis queridos amigos de la Guardia Civil se llamaba Pedro Cabezas. Un hijo de puta del Grapo le disparó en el cráneo mientras prestaba servicio en el patio de operaciones de la sucursal del Banco de España en Compostela. Acudí por la noche a la capilla ardiente instalada en la casa cuartel. Todo era allí tan precario, tan triste, tan desolado, que el mueble más valioso fue aquel día el jodido féretro de mi amigo.