Sevilla
OPINIÓN: Lunares de mal agüero
Celebro que el traje de gitana no sea un atavío pasado de moda, igual que buscarle el fondo a los platos de jamón o enjuagarse la garganta con líquidos con más o menos grados de alcohol. Es lo único que queda intacto de la Feria, supongo que por los gustos de la autoridad competente. Tiempo ha supimos que perdería temporalmente su apellido por no meter a la ciudad en un socavón de dos semanas sin actividad. Lo que no había llegado a mis oídos, hasta ayer, eran las nuevas tradiciones que deben imperar para disfrutar como es debido de la Fiesta (si la de los toros va con mayúscula, ésta con más razón). Gracias a folletines de lunares que circulan sé que tendré que conversar sin respiro porque el hilo musical tiene orden de sonar por debajo del murmullo ambiente. Por ese dictamen también sé que si tengo la suerte de bailarme unas sevillanas, será al ritmo que marque el griterío del respetable. Y sé, por último, que la hora de llegada no puede ser más allá de las nueve. Cuando caiga la noche, la caseta de la Cruz Roja se llenará de miopes extraviados maldiciendo en qué momento el ahorro del Ayuntamiento tuvo que empezar por dejar a oscuras el Real. Una seta menos y habría luces para que la portada, en los cortísimos cinco días en que la Feria nos roba la pena, cegara al que la cruzase sin haber levantado la primera copa.
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