Valencia
Un duelo no Arte
Valencia. Sexta de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de la ganadería de Núñez del Cuvillo, de escasa presentación y de poco fondo. Lleno en los tendidos.- Morante de la Puebla, de rosa y oro, dos pinchazos, media trasera (saludos); dos pinchazos, media (silencio).- José María Manzanares, de azul y oro, estocada (oreja); cuatro pinchazos, aviso, media, descabello (saludos).- Daniel Luque, de burdeos y oro, media (silencio); media caída (ovación).
Se equivocó, dicen, cuando intentó rematar la obra con una estocada recibiendo. No recibió la suerte de cara. Ni se arrancó el toro ni entró el acero. Se desmoronaba el colofón de un embrujo que fue creciendo. Una faena dorada, bordada en la plenitud del tempo, no sé si se puede torear más lento, más para ti y más de dentro.
José Mari Manzanares nos hizo disfrutar con el quinto, que salió suelto del peto, de los capotes, de las primeras embestidas de muleta. Manzanares le tapó la salida, le cosió las ideas a la muleta y repuesto el entuerto, se dejó llevar por las entrañas del toreo y compuso largo, mecida la embestida, acurrucada a veces al cuerpo y así le quedaron soberbios los pases de pecho que encumbraban la emoción del toreo a un misterio. Relajado. Sereno. Pleno. Hizo al toro, lo trabajó, lo cuidó y dio más de sí de lo que tenía a cuenta. No era para menos, la faena era de cante grande, monumentales los remates, torerísimos los derechazos, bellos los naturales y expectante el momento, ¡ese grandioso momento! en el que había que rematar la tanda. Quiso el toro acudir con nobleza, humillado, cómplice del evento, justito, en la delgada línea... Se perfiló para matar el as de espadas, pero el acero no entró. Ni a la primera, ni a la tercera. El sabor del toreo bueno no se amarga con el acero, aunque la imagen de la ganada puerta grande era ya papel mojado.
Había apuntado Manzanares la misma línea argumental con el segundo, noble a morir pero con el gas bajo mínimos. Increíbles los pases de pecho y la lentitud con la que firmó su paso por la plaza. Qué belleza. En las antípodas de la vulgaridad. Supo rico, a gloria lo que vino después.
La tarde, que llenó la plaza, tuvo sus cosas desde que comenzó con el capote de Morante. También su punto negro. La corrida de Cuvillo no estuvo a la altura de la plaza de Valencia. Y menos con lo que llevábamos ya. Le faltó remate, presentación, y fondo. Fuerza divina para aguantarle el envite a Morante, que dejó un quite maravilloso con dos chicuelinas y una media, para creer en lo sublime. El comienzo, sentado en el estribo, a dos manos, y llevando al toro tan de verdad, fue una delicia. Después faltó la rotundidad de la casta y el empuje para seguir el engaño sin que le fallaran las manos. Peor con el deslucido cuarto.
Daniel Luque se lució con el capote ante el tercero tanto que casi se cruza la plaza de lado a lado a la verónica. Resultó lo más emocionante que pudo dejar antes de que el animal se desmoronara cual castillo de naipes. Rayando en la invalidez, a la faena no le quedó más que el entusiasmo. Más movilidad tuvo el sexto, quizá el que más del encierro. Pero Luque más que aprovecharla quiso pronto acortar terrenos y optar por las cercanías, ahí en el arrimón, basó el grueso de la labor, eclipsada por lo que había ocurrido antes. Hay momentos, faenas, en las que uno se siente tan vacío o tan lleno, no sé, y presiente la necesidad de poner ahí mismo punto final. En qué momento habrá soñado Manzanares esa manera de rematar: pase de pecho, de pitón a rabo, que se dice... que no, que no, que hay mucho más... Que hubo mucho más. Ese pellizco en la barriga... Ni gladiador, ni combate... Arte.
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