Barcelona
Garrulos por María José Navarro
Esto de la boina de la contaminación yo lo llevo sin ningún ofuscamiento. Mi conocida y constante indigencia intelectual me impide preocuparme lo más mínimo. Es lo positivo que tiene ser imbécil, que todo te pasa sin rozarte. De momento, además, yo me palpo y no me noto nada. Ni un forúnculo en la cara, ni un quiste sebáceo en la frente, ni un cuerno en la rabadilla, ni una mala pústula en la boca. Respiro como siempre, es decir, a golpe de tos, me agoto como una perra en cuanto doy dos pasos y cuando recojo la ropa blanca del tendedero, miro los cuellos y los puños de las camisas y maldigo a mi lavadora en vez de pensar en la dichosa boina. Es decir, todo lo que no sea morirse, para servidora está correcto y es un avance, que se ponen Vds. estupendos a las primeras de cambio.
Mucho peor es pedir y, por supuesto, robar a punta de pistola, que de todo se saca la parte positiva a poco que uno se empeñe. La gente, es que también, ains, se pone nerviosa y se viene abajo por cualquier cosilla. Igual, si la mugre hace efecto, salimos ganando de mutantes, que es que también nos negamos a que la polución volante melle en nuestros organismos, sin reparar en que la pobre no ha llegado ahí sola, o sea, que algo habremos perpetrado entre todos para que la tengamos en todo lo alto y que no hace más que su trabajo, por ejemplo, jodernos.
Estas cosas del medio ambiente cada día son menos comprensibles para los que no somos expertos en la materia, aunque tampoco queda el asunto más claro si oye a los que supuestamente lo son. De pronto aparecen los negacionistas, los alarmistas, los sabios con gafas, los ecologistas sin ellas, los turras, los enviados especiales de la ONU y Al Gore, con esa pinta de haberse tragado el agujero de la capa de ozono, y cada uno lanza un mensaje diferente.
Unos dicen que no es para tanto, otros que mierda somos todos, algunos que en cuanto llueva se acaba, unos pocos que el ser humano es una especie infecta y el ex vicepresidente estadounidense emitirá sentencias con un dedo levantado mientras enciende las bombillas de ese ferial de Sevilla que tiene en su casa.
La mala suerte que tienen los políticos optimistas es que, en esta ocasión, se ve. Y se ve muchísimo. Se aleja uno de Madrid o de Barcelona y la sensación es la de querer correr hasta tropezar con una vaca. Eso sí, en coche. Acabáramos.
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