Castilla-La Mancha

La semana del cambio

La Razón
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Las horas se cuentan con los dedos. Estamos ya agotando los últimos estertores de la campaña electoral que nos llevará a las urnas el próximo 22 de mayo. Unas elecciones que se han convertido en un auténtico refrendo nacional sobre el Gobierno de Zapatero. En este sentido que quede claro que esta realidad no estaba en la estrategia de los grandes partidos. Ha sido, sin más, el clamor popular lo que de verdad ha reconvertido la situación; señalando con especial nitidez que de los resultados del próximo domingo depende directamente el calendario electoral de los próximos meses. Es verdad que Rodríguez Zapatero ha sido machacón repitiendo que agotará la legislatura; pero no seamos ingenuos. Si el domingo el descalabro socialista es sonoro, es evidente que el nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno –que salga elegido de las primarias del PSOE– no querrá prolongar la agonía e intentará parar el golpe de la mejor manera posible adelantando las elecciones a otoño, amortiguando así un segundo bofetón electoral cantado para las elecciones generales.

Lo cierto es que los socialistas están muy nerviosos. Rodríguez Zapatero hablando de remontadas y de sudar la camiseta cuando ni siquiera consigue llenar los mítines centrales de campaña. José Blanco calificando de perezosos a los votantes socialistas, intentando justificar así la falta de movilización de la izquierda. Y mientras, las encuestas dando al Partido Popular un triunfo histórico en lugares como Castilla-La Mancha, que se ha convertido en el referente del cambio aclamado. Si María Dolores de Cospedal consigue la mayoría absoluta el próximo domingo, desde luego, lo que será evidente es que el cambio político en España ha comenzado. Si ese bastión históricamente socialista cambia de color, parece que el camino de Mariano Rajoy hacia La Moncloa se habrá convertido en algo imparable. Será sólo cuestión de tiempo.

Estamos pues ante lo que en España se puede considerar como la semana del cambio. El próximo domingo no hay, en efecto, elecciones generales. Pero lo que sí tenemos –además de unas elecciones clave, como son las municipales y autónomicas– es un termómetro serio y fiable del querer de los españoles en un momento de crisis como el que estamos viviendo. Los cambios políticos no irrumpen por generación espontánea. Se perciben, se escuchan, se palpan y se intuyen. Y ahora mismo estamos ante un cambio. No es una visión. Es una realidad. Y la certeza de ese cambio tiene un fundamento: el malestar de los ciudadanos trasciende de lo ideológico. No estamos hablando de militantes populares o socialistas. Estamos hablando de ciudadanos hartos de una mala gestión de un Gobierno y que quieren un cambio ¡ya! Sin más componendas, ni más juegos de manos. Precisamente ahí está la clave del futuro de ese cambio: el hartazgo ciudadano. Unos se sienten engañados, otros desencantados, otros enfadados y muchos desfondados. En política la alternancia es higiénica y necesaria. Y el cambio es saludable, por más que el PSOE saque a los fantasmas de paseo.