Francia

Isabel II en su laberinto

Una profusa biografía analiza su vida y el enrarecido entorno de la Reina

Isabel II, en su laberinto
Isabel II, en su laberintolarazon

Dúctil y moldeable en su juventud; intrigrante y manipuladora en su madurez. De Isabel II ha trascendido una imagen caricaturizada por la biografía de sus defectos y el retrato de su vida íntima. «Su personalidad está marcada por una educación escasa, errática. Una educación moral desarreglada por las intrigas, las habladurías, las infuencias contradictorias y ese ambiente de mentiras que la rodeó». Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, la disecciona en «Isabel II (1830-1904)» (Taurus), la primera biografía que se publica sobre ella desde 1958. Una obra de casi mil páginas basada en material archivístico inédito y que no deja rastro sin explorar. «No es sólo un intento por explicar una figura, sino cómo el contexto determina a esa persona. Los partidos y los líderes políticos no tuvieron escrúpulos a la hora de intentar manipular a la reina para conseguir el poder. En ese momento, quien controlaba la monarquía controlaba el poder. Dicha tendencia se observa sobre todo en el sector más reaccionario del partido moderado. Se ha dicho que Isabel II es la falta de consenso de los políticos. Al revés, es el ejemplo de una monarquía concebida como de partido. Y, además, los políticos actuaban sobre una mujer que eran joven, inculta y que se les acabaría escapando de las manos».


Intereses y rumores
La historiadora traza una semblanza de alguien que aprendió a desenvolverse en una corte cargada de intereses y rumores. En medio estaba ella, primero como la heredera que protege su madre, María Cristina, con inteligencia política y carácter ambicioso, y después co- mo una joven expuesta a las opiniones de los corrillos cercanos. «No era consciente del papel que desempeñaba. Tenía una carencia de conocimientos idiomáticos y de gramática, y también de lo que representaba una monarquía constitucional y el sentido de la responsabilidad. Ya mayor reconoció que se sintió siempre como en un laberinto en el que avanzaba a oscuras y que, cada vez que encendía una vela, venía alguien y la apagaba».

Había heredado valores que encajaban con dificultad en tiempos que se abrían hacia un horizonte más moderno: «Pensaba que era reina por derecho divino y por la tradición española, que era querida y que recibía lealtad a cambio de magnanimidad. Su concepción del poder era absoluto, patrimonial, sería la palabra adecuada. La corona y España eran suyos. Y esas ideas eran las que le criticaban». Tendía a la generosidad, y la sociabilidad infantil formaba parte de sus hábitos. «Las intrigas provenientes desde todo el arco político y su madre torcieron su carácter. Se volvió manipuladora, intrigante, obsesionada por dividir a los liberales, jamás permitía que un ministro acumulara mucho poder». En esa deriva fue clave su marido, Francisco de Asís, según la autora, la influencia más nefasta que tuvo junto a su madre. «El matrimonio fue impuesto por ésta y el entorno. Era un primo que detestaba. No tuvo a su lado un compañero adecuado, leal, que la ayudara a gobernar. Además, era carlista, e intentó inhibilitarla por incapacidad». Los afectos que no encontró en su boda los buscó en otra parte. Su lado íntimo ha enriquecido los mentideros de la época con rumorologías que muchos usaron cuando trataron de desacreditarla.


La vida íntima
«Esa faceta devoró su imagen. La reina casquivana... Toda la clase alta tenía amantes entonces. No existía la concepción actual de matrimonio. Pero los moderados intentaron difamarla porque se les escapaba el poder. Tuvo amantes militares. Se les ofrecían los políticos para estar cerca de ella e influírla. Su vida íntima fue utilizada». Se convirtió en confluencia de multitud de corrientes que no había elegido, hasta que dijo basta. «Fabricaron un monstruo que se les escapó de las manos. Cogió las riendas del poder a partir de los años 60». Pero una cosa es el trono con sus escándalos y otra la nación. «Políticamente fue bueno para España a pesar de todo. Los liberales y moderados rompieron con el absolutismo. Se abrió la senda de la monarquía constitucional. Vino la desamortización, el inicio de un desarrollo económico similar a Europa. Comienza en España a difundirse la política moderna». Aquella heredera, que fue querida durante su adolescencia y de la que se esperaba en el futuro grandes cambios, evolucionó hacia una mujer que levantaba antipatías y recelos. «Al principio, la sociedad la miraba como una inocente que debía salvar. Luego, como una joven manipulada y mal casada a la que se le disculpaba casi todo. Pero eso cambió y terminó con la represión del Bienio Progresista».


Erupciones psicosomáticas
Su existencia está teñida por un final trágico, con un exilio prolongado en Francia, donde pasó casi tantos años como los que reinó. Rodeada de un pueblo con el que apenas se relacionó porque no hablaba bien el idioma. «En esa época ayudó a la restauración de su hijo y consiguió cosas. Continuaba teniendo pavor a ser crítica con el Papa, sobre todo cuando Cánovas mencionó la tolerancia religiosa. Pero se liberó por primera vez de las influencias y se dio cuenta de cuál era la única solución para la dinastía. Ella somatizaba la tensión en erupciones cutáneas, pero, en este periodo, no sufrió ninguna. Alcanzó cierta serenidad. Galdós la entrevistó en 1902 y dejó una imagen muy humana y comprensiva de ella».


«Isabel II. Una biografía»
Isabel Burdiel
Taurus
944 páginas 24,50 euros