Pasarelas
Ansia de lluvia
La tierra necesita el otoño y la lluvia. El estiaje ha sido particularmente seco y hasta los horizontes reclaman la nube y el agua. El cielo azul en la mañana hastía y uno espera ver avanzar desde las sierras los frentes de nubes y oler en el aire ese preludio húmedo del temporal que llega. «Tiene que llover», pero no es necesario que sea a cántaros. Nada de relámpagos de atardecida, ni de oscuridades tormentosas. No. Un agua mansa que haga olvidar el polvo de los caminos y que vuelva a empapar las terroneras que es lo que necesitan todas las pieles. Las minerales, las vegetales, las animales y desde luego la nuestra.
Los viejos labradores que aún hablan por lunas me cuentan que ésta es importante, que debiera traer por fin el agua. Que alguna trajo al nacer, pero muy poca, y por el centro apenas cuatro gotas mal contadas.
Ha sido un verano reseco. Tanto que las abejas se han quedado sin flores y si la primavera les fue propicia y aprovecharon el romero para llenar de miel sus panales y propiciar la salida de nuevos enjambres, los últimos meses han sido de penuria. Tanto que muchas de las incipientes nuevas colmenas no han aguantado y en las que resisten será mejor no hacerles sacas de su alimento porque lo van a necesitar ellas antes que nadie para lograr traspasar el invierno.
Así que por favor que no digan los meteorólogos esa maldita frase de que hará buen tiempo porque los cielos aparecen completamente despejados. Que no, hombre. Que ahora el buen tiempo es que llueva.
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