Nueva York

«Estaba desarmado»

Como cada domingo que hace buen tiempo el presidente Barack Obama se levantó pronto para poder ir a jugar al golf. Nada hizo pensar al resto del equipo de la Casa Blanca que iba a ser un día diferente. Entonces, a todo el mundo le pasó desapercibido que el demócrata jugó sólo 9 agujeros en vez de los 18 que acostumbra. - Siete franceses, en el punto de mira- Embajadas y cooperantes son nuestros puntos débiles- Manual para no crear un mito- Pakistán rechaza las insinuaciones sobre posibles filtraciones

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A la una de la tarde (las siete, hora peninsular) se reunió con un equipo de guerra en la sala de Situaciones de la Casa Blanca. Allí, estaba el jefe del Pentágono, Robert Gates, el vicepresidente Joe Biden, la secretaria de Estado, Hillary Clinton y el jefe del Estado, Mike Mullen, entre otros. Con sus zapatos de golf todavía puestos, Obama se marchó para volver justo antes de las tres y media (nueve y media en España), hora a la que empezó la operación de la caza de Osama Ben Laden.

A Obama no se le movió un músculo de la cara durante los 38 minutos exactos que duró el ataque. Los segundos pasaron como si fuesen horas. Biden sujetó en todo momento un rosario en la mano. Y hubo un instante, cuando se perdió un helicóptero por un fallo mecánico, en el que a Obama casi se le paró el corazón. Mientras, vía satélite, el director de la CIA, Leon Panetta, que se encontraba en el cuartel general de los espías al otro lado del río Potomac, relató lo que pasaba en Pakistán: «Han alcanzado el objetivo», dijo Panetta cuando el equipo de élite SEAL llegó a la mansión del terrorista.

Pasaban los minutos y no se escuchaba nada en la sala. Estos temidos militares de aire, mar y tierra habían descendido en dos helicópteros hacia la casa donde se encontraba Ben Laden. Los SEAL llevaban explosivos, armas y dispositivos de visión de nocturna. Según la Casa Blanca, Ben Laden estaba desarmado pero «ofreció resistencia». Minutos después, el director de la CIA anunciaba: «Tenemos contacto visual de Gerónimo», el nombre en código que se había dado al líder de Al Qaida.

Unos minutos más tarde, Panetta anuncia: «Gerónimo EKIA» –las siglas en inglés de ‘‘Enemy Killed in Action'' (Enemigo Muerto en Acción, en español)–, a lo que Obama responde: «Lo tenemos chicos». Así terminó la operación de caza y captura del peor enemigo de Estados Unidos. Atrás quedaron las dudas de los consejeros de Obama sobre la información que les llegó sobre el paradero del terrorista.

Fue el viernes antes de irse a Alabama para visitar a los damnificados por los tornados cuando Obama tomó su decisión. Durante los dos últimos meses, el Consejo de Seguridad Nacional tuvo cinco reuniones con el presidente al respecto. Examinaron los pros y contras de que un pequeño grupo de tropas de élite atacase la mansión donde creían que estaba Ben Laden. Había otras dos opciones: un bombardeo aéreo o esperar a recibir más información. Como suele hacer, Obama optó por la decisión intermedia. «Vamos con ello», dijo a sus consejeros el pasado viernes cuando se levantó por la mañana.

Así las cosas, la noche del domingo al lunes en Pakistán un par de helicópteros abandonaron Jalalabad al este de Afganistán. Los dos BlackHawk entraron en el espacio aéreo de Pakistán utilizando un sistema tecnológico sofisticado para evadir los radares paquistaníes y no ser identificados. Oficialmente, la misión era de caza o captura. Según la política de Washington, Estados Unidos no mata a personas desarmadas que tienen la intención de rendirse.

Los dos helicópteros descendieron en el complejo dejando a los SEAL dentro. Entonces, todavía no habían comenzado los disparos. Justo después, uno de los BlackHawk se estrelló y rodó por el suelo debido a un fallo mecánico, aunque ninguno de los soldados resultó herido. La misión siguió adelante. Mientras, la CIA y la Casa Blanca seguían la operación desde Washington. Estos hombres sabían que la familia de Ben Laden estaba en el segundo y tercer piso de uno de los edificios. Recorrieron habitación por habitación en busca del terrorista hasta que le encontraron y le dispararon en la cabeza.

El jefe de los SEAL, el almirante Edward Winters del Comando Especial Naval de Guerra envió ayer un correo electrónico a sus hombres en el que les felicitó, pero también les recordó que deben seguir con la boca cerrada. La operación secreta que culminó con la muerte del líder de Al Qaida fue elaborada hace cuatro años. Entonces, uno de los conspiradores del 11-S, Khalid Sheikh Mohammed que se encuentra en Guantánamo, confesó a la CIA los nombres de los mensajeros de Osama Ben Laden. La agencia de espías siempre supo que el terrorista era lo suficientemente listo como para no vivir ni con sus comandantes ni con sus soldados. Pero también sabía que debía dar órdenes de alguna forma.

Y fue así como dieron con él. Cuando Mohammed fue detenido y llevado a Guantánamo, Ben Laden ascendió a Abu Faraj Al Libi para que ocupase su puesto. La CIA sabía que el correo que le había notificado este ascenso a Al Libi sólo podía traerlo por boca del jefe de Al Qaida. Si le encontraban a él, darían con el saudí, y así fue. El año pasado este correo tuvo una conversación telefónica interceptada por la CIA. La llamada llevó a los servicios de inteligencia a dar con este hombre y, como ya habían pensado, con Osama Ben Laden.

Su cuerpo, en la costa de Omán
Nadie sabe dónde fue lanzado el cadáver del terrorista. Según informa el «New York Times», fue arrojado a las aguas del Mar de Arabia. Antes de lanzarlo, las fuerzas norteamericanas llevaron a cabo una ceremonia fúnebre en el portaaviones Carl-Vinson, siguiendo la tradición islámica. Según la versión de un funcionario norteamericano, un oficial del Ejército habría leído un texto religioso traducido al árabe por un nativo. Desde allí fue transportado en un helicóptero hasta un punto indeterminado de la costa de Omán para ser lanzado al agua, envuelto en una sábana blanco y dentro de un bolsa pesada. La Casa Blanca sopesa publicar fotografías del cuerpo, aunque admite que tiene en cuenta el efecto «incendiario» que podrían tener esas imágenes, muy «atroces».

Porqué llamar a Ben Laden «Gerónimo»
Los nombres, como los topónimos, nunca son aleatorios. Siempre denotan una realidad. Cuando la CIA escogió el apodo de Gerónimo para Ben Laden dejaba al descubierto el subconsciente colectivo de EE UU, una sociedad acostumbrada a edificar su historia sobre una mitología efímera de iconos. El caudillo apache, que perdió a su esposa asesinada –muerte que juró vengar– defendía una causa legítima, el de un pueblo desposeído de las tierras ancestrales y condenado a vivir en una reserva. Sus incursiones pusieron en jaque a Washington, que acabó enviando un contingente desmedido de tropas para reducir al guerrillero indio. Su posición está muy alejada de lo predicado por Osama Ben Laden. El saudí reivindicaba un califato que nadie recuerda. Pero si algo comparten Gerónimo y Ben Laden es que los dos se convirtieron en unos espejismos fantasmales que EE UU persiguió y trató de recudir durante demasiados años.