Historia

Cataluña

Las exacciones del fisco

La Razón
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En «La leyenda negra» (compren este viejo libro, léanlo, si les gusta recomiéndenlo a sus amigos y si no les gusta recomiéndenlo a sus enemigos), decía Julián Juderías que el objetivo de los ingleses ha sido siempre únicamente el comercio, mientras los españoles primero aspiraron a descubrir tierras y civilizarlas movidos, contra lo que suele creerse, por un interés exclusivamente espiritual (llevar el catolicismo allende los mares), pero que un día perdimos ese impulso espiritual y, pese a hacernos materialistas, como tampoco nos interesó el comercio, nuestra decadencia económica fue inevitable. Ya en los siglos XVI y XVII existían españoles que estaban exentos de muchas contribuciones y gozaban de preeminencias, mientras otros asumían el peso de los tributos sin disfrutar de privilegio alguno. Se introdujeron los impuestos indirectos y así se obligó a la nobleza a participar un poquito en las cargas del estado, pero de paso también se gravó más a los que pagaban: no sólo con los impuestos directos sino también con los indirectos. Ésa es una tradición histórica de «estepaís»: una clase de muchos que no pagan, sino que más bien cobran del Estado, y la clase de los siervos tributarios (a la que, por cierto, pertenezco, mira qué gracia) que impide que esto se desmorone en dos días.El Estado de las Autonomías –orgullo de la Transición y prejuicio del presente–, mantuvo la injusta costumbre y prolongó la arbitrariedad y el agravio: ahora tenemos al País Vasco y Navarra, con sus cupos y sus privilegios tributarios, y a una Cataluña que hace treinta años creyó que formar parte del club de los exentos y favorecidos fiscales no era «moderno» (llevaba razón), pero que hoy reclama lo que entonces no le pareció decoroso. El peso de las arcas públicas recae históricamente en Castilla. Ya se lo decía el Marqués de Vélez a Carlos II: «No le quedan a su majestad más que las rentas de las provincias castellanas». Lo raro es que entonces, como ahora, pudiese sostenerse un Estado. La unidad nunca ha sido característica española. Y, desaparecida la causa religiosa, menos.(De la política a la calle: en España convivimos quienes nunca pagan un céntimo al estado y los que apoquinamos cual disciplinados corderos. 36 años de franquismo acostumbraron al españolito a no contribuir con impuestos –en las dictaduras no existen más que los impuestos indirectos–. Y, por lo visto, algunos creen que Franco sigue vivo y mandando...).