Historia

Moscú

El enigma del agente Paesa

Hace unos días volvió a «resucitar» en Sierra Leona el ex espía que organizó para Interior el golpe de Sokoa contra ETA y que entregó a Luis Roldán en Tailandia

El enigma del agente Paesa
El enigma del agente Paesalarazon

Durante un mes entero, las misas gregorianas de los monjes de San Pedro de Cardeña por el alma de Francisco Paesa (Madrid, 1936) se elevaron al cielo de Castilla. Días antes, el 21 de julio de 1998, se había publicado su esquela, que daba cuenta de su muerte en Tailandia, donde había sido incinerado.

«El funeral tuvo lugar en la más estricta intimidad», rezaba el obituario. Y tanto. Como que no había muerto al que rezar, ni cuerpo que velar. Se trataba, sólo, de la penúltima añagaza del ex agente secreto; del hombre que entregó a Luis Roldán a la Justicia española engañando a propios y extraños; del agente doble que burló a ETA propiciando una de las operaciones más fructíferas contra la banda terrorista en Sokoa (Hendaya); del «playboy» de las noches parisinas, del galerista de arte que se sumergió en las cloacas del Estado sin perder un ápice de ese aire de hombre de mundo con el que sedujo en los años 70 a la bella Dewi Sukarno, viuda cotizadísima del ex dictador indonesio Ahmed Sukarno.

Los que le conocían no se creyeron ese inopinado final rubricado por un ataque al corazón. De alguien capaz de vivir la vida a golpe de piruetas sin descomponer un músculo hay que esperar, al menos, que sea capaz de adornar su muerte con una escenografía más rimbombante. Se merecía, como confesó a este periódico en su anterior reaparición alguien que lo trató muy de cerca, «un estrambote más digno».

El epílogo, desde luego, no estaba a la altura del rocambolesco personaje, con quien el cine ha contraído una deuda eterna, pues pocas biografías están salpicadas de tantos golpes de efecto para pergeñar un guión insuperable.

Última parada: Sierra Leona
Los espías, ya se sabe, nunca mueren. Sólo desaparecen. En el caso de Paesa, para aparecer de nuevo, habría que añadir. Desde esa esquela de misas gregorianas, Alberto Seoane, o Francisco Sevilla, o Paesa Abad, o Francisco Pando, o Francisco de Asís (identidades todas que han jalonado su andadura), ha «resucitado» tres veces.

La última, hace sólo unos días en Sierra Leona, donde habría sido detenido junto a su sobrino, Alfonso García Paesa, tras aterrizar en un vuelo procedente de Senegal, bajo la sospecha de estar inmerso en un turbio asunto de narcotráfico.

¿Alguien podía esperar que Paesa pasase en Sierra Leona más tiempo del imprescindible para volverse a perder en la penumbra? Tres días le bastaron para escurrir el bulto tras convencer a las autoridades de que se había desplazado al país africano como representante de un anticuario francés con el único objetivo de constatar la autenticidad de varias piezas que pensaba adquirir.

Aun en el supuesto de que Paesa tuviese todavía cuentas pendientes con la Justicia española, su entrega a nuestro país no habría sido sencilla, al no existir convenio de extradición con Sierra Leona. En la Audiencia Nacional, sin ir más lejos, el nombre de Paesa sólo está asociado a unas diligencias previas del año 1995 que fueron archivadas cinco años después, según ha podido confirmar LA RAZÓN.

Los más veteranos del tribunal todavía recuerdan, eso sí, su declaración como testigo cuando el juez Javier Gómez de Liaño era titular del Juzgado de Instrucción número 1 de la Audiencia Nacional, en relación a las cuentas del ex director general de la Guardia Civil, Luis Roldán. «Ninguno nos creímos su muerte», recuerdan ahora.

«El Zorro» vela armas
Intrigante de fortuna, espía de ida y vuelta, exótico embajador, traficante de armas y confidencias, «El Zorro» (sobrenombre con el que fue conocido) empieza a escribir las primeras líneas de su increíble currículum en Guinea Ecuatorial, donde fue capaz de engatusar al mismísimo Francisco Macías.

El dictador vio en el joven Paesa al hombre imprescindible para ayudarle a poner los primeros cimientos del flamante Banco Nacional de Guinea. Nada salió como se esperaba. O sí. La sombra de un desfalco obligó al futuro espía a poner pies en polvorosa, una solución de urgencia que terminó por convertirse en su modo de vida.

Paesa se perdió en Suiza, donde reincidió en su afán financiero con la fundación del Alpha Bank, al que muchos emigrantes españoles confiaron sus ahorros. El resultado fue igualmente estrepitoso, acentuando esa permanente huida hacia adelante del enigmático personaje.

Fianza por amor
Convertida ya la fuga de capitales en uno de sus «hobbies», fue detenido por la Interpol en 1976 y extraditado a Suiza, donde fue encarcelado. Para entonces, Dewi Sukarno ya había entrado en su vida. La saneada cuenta corriente fue determinante para que Paesa pudiese pagar los 800.000 dólares de fianza que le permitieron salir de prisión. De nuevo, «El Zorro» se había escurrido tras pisotear el corral.

Pero ese traspiés fue para Paesa como la caída del caballo para Pablo de Tarso. Dejó a un lado el proceloso mundo de las finanzas para empezar a labrarse una merecida fama de agente secreto con recursos. Recabando información de aquí y de allí como traficante de armas, no tardó demasiado en convertirse en un hombre de confianza en Interior, donde afianzó una buena relación con el entonces director general para la Seguridad del Estado, Julián Sancristóbal. «Cumplía lo que prometía», recuerda uno de los que tuvo mando y plaza en el Ministerio del Interior de la época.

Su jugada maestra está ligada, sin duda, a la «operación Sokoa», uno de los mayores golpes contra el corazón administrativo de la organización terrorista. La historia es de sobra conocida. Paesa fue capaz de vender a ETA dos misiles tierra aire equipados con un chip que guió a las Fuerzas de Seguridad hasta la guarida de la banda criminal en el sur de Francia.

Su primer éxito como espía lleva la misma fecha, 1986, que su primera frustración. Paesa siempre se quejó de que Interior le dejó sin pagar los 70 millones de pesetas (420.000 euros) prometidos. «Vera no me quiere pagar. Es más agarrado que un chotis», se quejaba a sus íntimos. De ahí nació, seguramente, una desconfianza obsesiva que le ha permitido salir a flote de mil y un zafarranchos.

En 1998, su nombre aparece vinculado a uno de los escándalos de la «era González»: los GAL. Paesa es señalado por coaccionar a una testigo contra el comisario Amedo. Para él, una fruslería que no merecía un peso pesado de tanta pegada. De hecho, se quejaba de que «los de Interior» habían utilizado un transatlántico «para cazar chanquetes».

Roldán, en bandeja
Tras ejercer como embajador de Santo Tomé y Príncipe ante la ONU, la estela del transatlántico se pierde en Moscú, París y Luxemburgo. En el fugado Paesa empieza a anidar la frustración, tan española, de que su patria no ha sabido reconocer sus servicios como merecía. Más de uno debió darle por amortizado.

Hizo mal. «El Zorro», cómo no, urdía su reaparición más rutilante: la entrega de otro huido ilustre, Luis Roldán, a las autoridades españolas.

Escaldado de la «operación Sokoa», la factura de Paesa tenía un precio, 230 millones de pesetas, y un desglose, los 70 millones a los que no estaba dispuesto a renunciar tras jugarse el tipo con los terroristas. La foto del ex director de la Guardia Civil esposado valía eso, y mucho más, para un Gobierno socialista zarandeado por la corrupción.

La tramoya de Paesa se escenificó en el aeropuerto de Bangkok con un secundario de lujo, el célebre capitán Khan, y un puñado de «policías» zarrapastrosos contratados por el espía. Roldán se había metido en la boca del lobo engañado por Paesa, quien le esgrimió un documento falso garantizándole una condena menor.

Para cuando el ex director de la Guardia Civil descubrió el entuerto ya era demasiado tarde. Y, por supuesto, no había a quién reclamar. Su mentor se había esfumado con los bolsillos llenos y una nueva identidad, la enésima, para diluirse en un anonimato imposible.

Las órdenes de busca y captura se suceden, en Suiza y en España, pero con idéntico resultado: Paesa no estaba por la labor de volver a ser Paesa. En 2004, es localizado en Luxemburgo. Un espejismo que se ha repetido ahora en Sierra Leona. ¿Quién es capaz de escribir la última línea de una biografía epilogada con treinta misas gregorianas?