El pontificado de Francisco
Persiguen a la Cruz
Una de las consecuencias del afán de laicización, que se nos quiere imponer, es la supresión de las cruces en cualquier ámbito. Quienes lo intentan saben que, desde hace veinte siglos, la contemplación de Cristo en su sufrimiento sobre la cruz ha sido para los fieles uno de los lugares más importantes en la ardiente búsqueda de «Aquél que nos ha amado y se ha entregado por nosotros» (Ef. 5,2). Orar ante la cruz es para muchos, más que un ejercicio de piedad, una fuente de coraje, de esperanza, de amor.
Y quienes se esfuerzan por eliminarla de nuestra cultura y de nuestras vidas, en su obcecación quizás se sientan audaces. Desconocen una clásica expresión de los Santos Padres, según la cual: «La fe es audacia de la vida, y esta audacia lleva a las visiones más portentosas de la realidad, porque es como un rayo en medio de las tinieblas». Y una tiniebla trágica es que se viva ignorando cuál es el auténtico sentido de la persona humana.
Los seguidores de Cristo, a la vez que nos oponemos reciamente a los que intentan apartar de la fe al pueblo, pienso que hemos de pedir al Señor misericordia para el pueblo, manteniéndolo en la fe, y también misericordia para quienes cometen el enorme pecado de querer arrebatar a los hijos de Dios su sentimiento de ser tales hijos. E ignoran quienes «luchan contra la cruz» y cuanto ella significa y comporta –la salvación del mundo– que la Iglesia, que comenzó con la predicación de doce apóstoles, es ahora una gran familia que alcanza ya los mil doscientos millones de católicos, aunque no contamos los hermanos cristianos separados, y sigue creciendo.
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