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Niños con palomas
C uando yo era un muchacho, en cualquier parque en el que se te sentases siempre te rondaban los niños. En cambio, como los chicos de entonces éramos un poco salvajes, era raro que se te acercasen por el suelo las palomas. Como yo lo recuerdo, creo que las palomas nos tenían a los chavales más miedo que a los gatos. Gracias a que los niños siempre estaban cerca, los soldados del regimiento «Isabel La Católica» podían charlar con las chicas que se sentaban en el parque a darles la merienda a los críos y con un poco de suerte y algo de labia a veces incluso conseguían de regalo una galleta y darle un intencionado mordisco al plátano. No teníamos de las palomas la idea de que formasen parte principal de la belleza de cuanto nos rodeaba, ni pensábamos que pudiese depender de ellas la sutil relojería biológica por la que ahora sabemos que también se regía entonces el equilibrio de la Naturaleza. Todo era tan abundante en mi adolescencia que incluso la muerte de las especies nos parecía un remedio para que hubiese más sitio en el aire, más espacio en los ríos y más asientos vacíos en los bancos del parque. Había niños por todas partes y estaban llenas hasta la bandera las escuelas, las alamedas y los hospicios. A veces pienso que hubo un tiempo en el que incluso eran fértiles los cadáveres de las mujeres.
Con el transcurso de los años resulta que hay más palomas y nacen menos niños. Gracias a la educación con al que las tratan y al afecto que les demostramos, las palomas perdieron el recelo de entonces y picotean las migas de pan que caen en nuestros zapatos al salir de la panadería. En cambio, ya no se nos acercan los niños. Sus madres recelan de que el tipo silencioso y abstraído que lee tranquilamente el periódico en el parque sea en realidad un sórdido y peligroso pederasta que les echa pan a las palomas con la perversa intención de que detrás de las palomas muerda el anzuelo un chiquillo. A veces me siento en una terraza frente a casa y mientras alimento con cacahuetes a los pájaros pienso qué mierda de sociedad es esta en la que los niños corren en el suelo más peligro del que corrían en mi adolescencia las palomas. ¿Acabarán nuestros chiquillos comiendo en los parques el pan que les sobra a las palomas? Yo no lo sé, pero cada vez que veo un chiquillo me pregunto si por el bien de todos no sería ideal que en cualquier momento el niño se agachase en cuclillas y pusiese un huevo.
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