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Vuelve la obsesión por acercar los clásicos a todos los públicos
Charles Lamb, Nathaniel Hawthrone o Howard Pyle escribieron para niños
BARCELONA– En «Una librería ambulante» (Periférica), de Cristopher Morley, una mujer pequeña y gorda, viaja a sus 38 años, decide comprar el «Parnasus», un carromato lleno de libros, tirado por una hembra tan vieja y gorda como ella, Peg, y empieza a viajar por los alrededores con la intención de vender libros a los granjeros y campesinos. Junto a ella, el bueno de Roger Mifflin, un tipejo pequeño, calvo y pendenciero, convencido de que la literatura ha de llegar a todas partes. En uno de sus viajes, deciden dar a un granjero los «Cuentos de Shakespeare», de Charles y Mary Lamb, porque el bardo inglés «todavía es demasiado difícil para él». Si es demasiado dificil, los cuentos de Charles y Mary son una introducción excepcional.
Morley escribió en «Una librería ambulante» una auténtica oda a la importancia de la literatura como motor emocional, indispensable tanto para las personas más sencillas como para las élites más cultivadas. Sus personajes, prototipos entre la ternura y excentricidad de obras como «Tortilla flat», de John Steinbeck o «El corazón de los Ponder», de Eudora Welty, son autéticas maravillas para todos los públicos y una prueba más de la destreza de los grandes escritores para presentar clásicos a públicos ajenos.
Mucho más que para niños
El libro «Cuentos de Shakespeare» (deBolsillo), de Charles y Mary Lamb es una buena prueba de ello. Hermanos con una térbula historia detrás, fueron paradigma del movimiento romántico inglés, amigos de Wordsworth y representantes de la alta cultura de las clases bajas, al contrario que pijos como Byron. Mary, con episodios de esquizofrenia, mató a su padre con un cuchillo y estuvo internada en numerosos centros psiquiátricos cuando no estaba bajo la tutela de Charles. Juntos escribieron estos «Cuentos de Shakespeare» por encargo de un editor, acercando en prosa para niños 20 de las principales obras de teatro del dramaturgo inglés. El resultado fueron acercamientos perfectos a tragedias como «Hamlet» o «Macbeth» o comedias como «El sueño de una noche de verano», con el mágico misterio de los originales, consiguiendo una introducción ideal, nunca sustitutiva, de las obras en sí.
Lo mismo hizo el maestro Nathaniel Hawthrone, padre de «La letra escarlata», la genial e inclasificable «La casa de los siete tejados», con sus múltiples puntos de vista, o «El fauno de marmol». En su caso, cogió seis leyendas de la mitología griega, las despojó de todo lo arcaico y superfluo y las presentó con un misticismo renovado y moderno para las nuevas generaciones. El resultado fue «Libro de maravillas para niños y niñas», (Acantilado), en los que se atrevió a contar de nuevo mitos como los de Perseo y Medusa; el ingrato rey Midas; el misterio de la caja de Pandora, (que tuvo otra genial aproximación nacional con Superlópez); o el viaje de Hércules al jardín de las espérides. «Los relatos de Hawthrone pertenecen a la región más elevada, un orden sometido a un genio de orden sublime», sentenció Edgar Allan Poe y tenía toda la razón.
Arcercar leyendas y mitos a un público ajeno a sus circunstancias es algo natural en la historia de la literatura. Es lo que hizo el escritor e ilustrador Howard Pyle con «Las alegres aventuras de Robin Hood», que popularizaron las chanzas del ahora famoso buen ladrón a un público que hasta entonces no se había interesado por el tema. Y no hay que olvidar las antologías de cuentos de hadas británicos de Andrew Lang, maravilla para todas las edades.
En el día de San Patricio
Barcelona fue ayer una de las muchas ciudades del mundo que celebraron el día de San Patricio, patrón de Irlanda. Por unas horas, todo fueron pintas de cerveza, danzas tradicionales y gorros de «lepricons», los duendes irascibles irlandeses. Quien quiera acercarse a una primera aproximación a las leyendas e historias tradicionales irlandesas, acaba de editarse «Mitologías» (Acantilado), del poeta W. B. Yeats, que reúne en un volumen los fantásticos cuentos de hadas y «banshees» de una cultura tan rica en lo fantástico como en el humor socarrón.
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