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PSOE en el laberinto

La Razón
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El PSOE, como la propia economía española, está hecho unos zorros y se enfrenta a la encrucijada más decisiva desde los años 70, cuando Felipe González sacó al partido de las catacumbas. Los últimos ocho años en el poder, al que llegó en 2004 en circunstancias traumáticas, han deteriorado su estructura y, peor aún, su ideario. El partido socialista es hoy un cuerpo agónico sin pulso ni credibilidad que aguarda como Lázaro el milagro de la resurrección. Más vale que así sea para evitar males mayores. El PSOE, con siete millones de votantes, es la alternativa natural de Gobierno y como tal conviene que recupere cuanto antes su voz potente en un Congreso de ruidosas minorías y que fiscalice con rigor la gestión gubernamental. Sólo pensar que Cayo Lara pueda hacerse con el altavoz de la izquierda produce escalofríos. Los candidatos a resucitar el partido, Rubalcaba y Chacón, tal vez no sean los más idóneos, pero sí son la salida más prágmática, sobre todo el primero. Lo ideal sería que el nuevo líder surgiera de un largo e intenso debate de la militancia, pero no hay tiempo para ello, nuestra economía no está para tafetanes y nadie entendería que mientras los demás hacemos duros sacrificios, los socialistas se entretuvieran en juegos florales. Sin embargo, el problema no es quién, sino qué. El hundimiento del PSOE sobreviene, antes que por la mala gestión económica, por el abandono de dos principios básicos: la defensa inequívoca de España como nación y el respeto escrupuloso al espíritu de reconciliación que inspira la Constitución. Al someter ambos fundamentos a subasta y cambalache en los juegos de poder, el ciudadano descubrió un partido oportunista y logrero, sin solvencia, que cambiaba el discurso según la ocasión y el lugar. Unos charlatanes, en suma. Mucha persuasión habrá de desplegar el nuevo líder para recuperar la confianza del electorado. Eso sí, tiempo le sobra.