Estreno

«Moneyball: rompiendo las normas»: Punto pelota

Director: Bennett Miller. Guión: Aaron Sorkin y Steven Zaillian, según el libro de M. Lewis. Intérpretes: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman. Duración: 133 min. «Biopic».

«Moneyball: rompiendo las normas»: Punto pelota
«Moneyball: rompiendo las normas»: Punto pelotalarazon

¿Una película sobre béisbol y matemáticas? Lo sorprendente es que, en sus dos primeros tercios, antes de convertirse al credo convencional del cine deportivo, «Moneyball» sea apasionante. No importa demasiado que las reglas del béisbol parezcan un mensaje encriptado o una broma pesada, porque la película funciona perfectamente sin exigir que el espectador entienda ni esas reglas ni las fórmulas estadísticas que harán que un equipo de segunda categoría que ha estado a punto de ganar la liga nacional saque jugo de una pandilla de jugadores desahuciados sin pasarse de presupuesto. Es cierto: «Moneyball» explica la típica historia de autosuperación tan cara a la celebración del sueño americano, pero lo hace más preocupada por describir el proceso –en el que la figura del idealista que se enfrenta con todos los que no creen en su delirante método centra todas las miradas– que por obtener resultados. Se nota la mano de Sorkin en el guión: no estamos tan lejos de «La red social», aunque el perfil del director deportivo que encarna Pitt sea más heroico que el de Zuckenberg.

Su heroicidad radica en escuchar a la ciencia en tiempos de crisis. «Moneyball» es positivista: hay que fiarse de las ecuaciones. Los mejores momentos del filme son aquellos en que notas cómo la visión del mundo de Billy Beane (Pitt) absorbe los implacables argumentos científicos de su ayudante (un improbable Jonah Hill) y el modo en que ese nuevo método contra natura modela su eficacia chocando con el muro de la tradición ( los duelos con el entrenador (Seymour Hoffman) son, en ese sentido, ejemplares. «Moneyball» baja de nivel cuando teme perder a su público: habría sido más interesante mantener la tensión en el vestuario y que el terreno de juego sólo fuera una abstracción, un número primo, y no un lugar en el que se está pendiente del marcador.