Policía
El «pistolero de plástico» que ha sonrojado a todo un país
Los siete disparos de una pistola de aire comprimido que recibió el presidente checo en un acto público abren el debate sobre la seguridad de las autoridades y dejan, en apenas una semana, un reguero de denuncias, una dimisión, un curso de capacitación y un mandatario con ganas de haberle dado «dos guantazos» al pistolero comunista confeso.
El pasado viernes el presidente checo, Václav Klaus, recibía durante un acto político siete impactos de un arma de plástico disparada a escasos centímetros de distancia.
Una secuencia de tres segundos que ha puesto el grito en el cielo de todo un país, ya no por el simulacro de atentado protagonizado con total libertad por un ciudadano descontento, sino porque después de su acción se fue andando y tuvo incluso tiempo para ser entrevistado por los periodistas mientras fumaba un cigarrillo antes de que la Policía se decidiera a detenerlo.
La incapacidad de los escoltas para actuar ha sonrojado al país, que ahora se debate entre el aplauso a la acción del pistolero por sus connotaciones de denuncia política, y la búsqueda de responsabilidades.
La resaca de los disparos de bolas de plástico con un arma de aire comprimido ha derivado ya en un reguero de consecuencias. Los guardaespaldas al cargo de las autoridades empezarán a ensayar situaciones similares y se modificarán por completo las tácticas de defensa y la comunicación entre los agentes. Los escoltas que protegen a Klaus pasarán al completo por un curso de capacitación tras el suceso.
El vicepresidente de la Policía, Tomáš Kužel, ha elaborado una nueva estrategia de vigilancia de los altos cargos políticos para prevenir actos similares. El responsable de la seguridad del presidente, Jiri Sklenka, aseguraba el día del atentado que la vida del presidente nunca había estado en peligro y que hay ataques contra los que no se puede hacer nada, según recoge «Radio Praga». Una explicación que no evitó su dimisión horas después.
«Se ha jugado la vida»
Pavel Vondrous, de profesión soldador y bautizado ya como «el pistolero de plástico», activo militante comunista, se jugó la vida durante su particular acción de protesta, ya que la reacción instintiva de alguno de los escoltas podría haber sido la de dispararle al ver su arma –una réplica exacta a un arma real- apuntando a Klaus.
Karel Munzar, ex guardaespaldas del fallecido presidente Vaclav Havel, analizó en la televisión pública los pormenores de este magnicidio simulado. Munzar fue entrenado por agentes del FBI y vivió en primera persona el atentado contra del presidente estadounidense Ronald Reagan.
El ex agente de seguridad desmenuza los errores de los guardianes de Klaus, que en primer lugar se encuentran alejados de él y sin cubrir sus cuatro flancos, dejándole expuesto al público en el lado derecho.
«Cometieron errores de colegial. Todos miran en una sola dirección», dice el experto en seguridad. «Uno tiene que gritar arma y dar pie a una respuesta automática: llevar al protegido fuera de la zona de peligro», subraya. También enfatizó la necesidad de que los guardaespaldas lleven gafas oscuras para poder observar con discreción al público.
Conmemoración de un magnicidio
El pasado viernes, Klaus, honraba en la localidad de Stará Boleslav al príncipe San Venceslao, patrón checo, en el día y el lugar en el que fue asesinado en el siglo X. Nada le hacía presumir al dirigente centroeuropeo que durante la inauguración de un puente en la localidad de Chrastava, en Bohemia del Norte, sería objeto de un «atentado» aunque con tintes de denuncia política, más que homicidas.
«La gente está loca. Le hubiera dado un par de guantazos, pero por desgracia no he tenido oportunidad», dijo Klaus minutos después de lo sucedido. El presidente checo se sometió a un control médico tres horas después del incidente aunque apenas sufrió unos rasguños en el brazo derecho.
Dos años de cárcel
Veintiséis horas después delos disparos Vondrous salía en libertad después de decidirse que lo suyo había sido un acto de gamberrismo. El hombre se enfrenta a una pena máxima de dos años de cárcel por alteración del orden público.
La clase política está «ciega y sorda ante los lamentos de la gente», registró en su perfil en la red social «Facebook», donde sumó en unas horas hasta 400 amigos y numerosas muestras de apoyo en su «muro». «Este sistema ha fracasado por completo y es necesario decirlo con decisión», dijo.
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