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Michelle Obama una «madre tigresa»
Estricta, muy disciplinada, fría, obsesionada por la alimentación y temperamental. Así es la primera dama de Estados Unidos, o al menos así queda retratada en «The Obamas», un libro escrito por la periodista Jodi Kantor, publicado esta semana, del cual se han extraído varios fragmentos en «The Times».
En ellos se desvela cómo es la relación de Michelle con sus hijas. Tiene todos los aspectos de la educación de Malia y Sasha controlados al milímetro, asusta incluso la manera en la que presta atención a detalles tan insignificantes como preguntarles mientras comen si realmente «ingieren los alimentos por necesidad o si lo hacen por capricho».
Es una «madre tigresa» en toda regla, una definición que viene a describir a aquellas progenitoras que crían a sus descendientes según las tradiciones asiáticas, basadas en un método muy severo, cuyo término ha sido acuñado a raíz del best-seller titulado «Himno de batalla de la madre tigre». En él, la china Amy Chua explica en primera persona los resultados de llevar a cabo este tipo de relación madre-hijo.
Sin privilegios
Las anécdotas que aparecen en «The Obamas» no han dejado indiferente a la sociedad norteamericana, incluso la propia esposa del presidente de EE UU ha hecho mención a lo que en él se cuenta al mostrar su desacuerdo en varios aspectos, sobre todo en lo que tiene que ver con su supuesta mala relación con algunos de los asesores de Barack Obama.
En el ala oeste de la Casa Blanca, donde se encuentra el despacho de Gobierno, ordena y manda el presidente, mientras que en la este –zona residencial–, Michelle es quien lleva los pantalones, sobre todo en lo que tenga que ver con la educación de sus hijas, aunque también su esposo trata de evitar que sus responsabilidades de cargo le aparten de la vida en familia. La primera dama gestiona el tiempo y organiza su calendario en función de las pequeñas. Son frecuentes las conversaciones educativas durante la cena y no faltan las actividades extraescolares. Lejos de mimarlas en exceso, a los Obama les preocupa la influencia que los privilegios de la Casa Blanca puedan ejercer sobre ellas. Por este motivo, Michelle trata de limitar el servicio de la Casa Blanca para que así Malia y Sasha también colaboren en las labores domésticas. Además, tienen totalmente prohibido conectarse a internet o ver la televisión durante la semana y a diario no pueden faltar a sus clases de natación y tenis, así como echar algún que otro partido de fútbol, lacrosse y baloncesto.
La primera dama nunca ha sido una madre relajada, le gusta la actividad: «Mis hijas y yo tenemos un pacto: ellas eligen un deporte y yo otro. Así aprenden que en la vida hay que realizar cosas que te apetecen y otras que no tanto. No siempre se puede hacer lo que uno quiere. Además, con el deporte aprenden a perder y ganar con dignidad», sentenció Michelle en una ocasión.
«Un notable es poco»
En cuanto al ámbito académico, también la «mamma» está siempre encima de sus pequeñas. Kantor cuenta en su publicación que, durante un viaje oficial del matrimonio presidencial, papá y mamá Obama llamaron a casa para ver cómo trancurría el nuevo curso de Malia y Sasha, pero no consiguieron contactar con ellas porque los operadores estaban saturados. Esto encolerizó al padre de familia, que a raíz de aquel momento insistió en que sus hijas tuvieran un teléfono personal, a lo que Michelle se negó rotundamente, ya que no es partidaria de que los adolescentes tengan móvil, a pesar de «ser una práctica muy de moda». Sus hijas, por el momento, «no están preparadas para ello», aseguró tajante a su marido, quien no compartió este razonamiento.
Pero no son sólo a sus hijas a quienes quiere tener bajo control, sino que ha obligado a su marido a comprometerse seriamente para solucionar el problema de exponerlas públicamente. Por el momento, con Malia no tendrán este inconveniente, ya que la joven se muestra muy reacia a aparecer en los medios de comunicación, incluso le cuesta acompañar a su padre durante los discursos multitudinarios, quizá para evitar que se repita el mal trago que tuvo que vivir en una ocasión. Según explica Kantor, en los principios de la Administración Obama, Malia obtuvo un 73 sobre 100 en un exámen y su padre, que considera que su primogénita es de sobresaliente, le llamó la atención. Hasta aquí todo normal. El conflicto familiar llegó cuando el presidente decidió hacer pública la noticia en una de sus intervenciones ante la Nación. Por si fuera poco, lo repitió en una entrevista a la publicación «Essence»: «A Malia le hemos advertido de que no es lo suficientemente bueno que venga a casa con un notable, porque no hay motivo alguno que le impida obtener una calificación mayor».
Omnipresencia
En realidad, la práctica de utilizar a la familia en los discursos públicos es habitual en la política norteamericana para conectar con su público y a nadie sorprende que hable de sus hijas, excepto a ellas. En un intento de dar un respiro a Malia, los Obama convinieron enviarla a un campamento de verano con el fin de que desconectase de la estricta vida que le impone su madre y pasarlo en grande como cualquier niña de su edad. Eso sí, lo que ocurrió en aquella acampada de jóvenes fue secreto de estado. Nunca trascendieron los detalles del viaje y se prohibió la publicación del nombre del campamento, la organización y el destino.
Pero en la práctica, su estancia veraniega con amigos no fue igual que la del resto de sus compañeros, según reconoció la primera dama, pues los Obama no tuvieron que esperar a recibir las postales de sus hijas para saber cómo lo estaba pasando Malia,ya que los agentes del servicio secreto les enviaron informes periódicos de la estancia.
La sombra materna sobrevuela siempre. Michelle Obama es una «madre tigresa», siempre atenta, cual señorita Rottermeier en la Casa Blanca, y sabe encontrar la forma de echarles un ojo a sus hijas estén donde estén.
Marian: consejos que se heredan
Un pilar imprescindible para la disciplina educativa de la Casa Blanca es la abuela materna, Marian Robinson, de quien Michelle ha heredado la constancia y la exigencia. Se maneja como «Pedro por su casa» tras las puertas de hierro y es la compañera perfecta de sus nietas y un apoyo para su hija. A diferencia de la primera dama, Robinson asegura que es adicta a la comida rápida, aunque sí comparten su pasión por el deporte y practica yoga.
Una mujer de armas tomar
En España causó sensación la noticia de que la primera dama visitara Marbella (en la imagen), pero en EE UU ocurrió todo lo contrario. Los asesores de su marido la recomendaron que no realizara el viaje de cara a la opinión pública debido al despliegue de medios y personal que conlleva una «escapada» de este calibre: ocupó más de 60 habitaciones en el hotel Villapadierna, se gastó sólo en el vuelo del Air Force cerca de 160.000 dólares y en el alojamiento aproximadamente 2.500 dólares cada noche. Pero ella se mantuvo en sus trece, y aseguró que todos los gastos corrieron a cargo de su bolsillo, pero no se libró del enfrentamiento con alguno de los hombres de confianza del presidente. Es más, en «The Obamas», se asegura que la primera dama tuvo mucho que ver con la dimisión de Rahm Emanuel, jefe de gabinete de Obama, y Robert Gibss, su jefe de comunicación. Michelle lo niega.
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