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No sin mis vacaciones por Rosetta Forner
Mi padre me ha relatado en ocasiones el caso de un compañero suyo de trabajo que pasaba temporadas de baja a causa de un supuesto dolor de lumbago. Cuando se acercaba el período vacacional, se ponía bueno de repente, y naturalmente, cogía sus vacaciones, que para eso estaban en el convenio. No todos somos iguales, faltaría más. En este país de contrastes hay gente así de avispada. Por el contrario, otros trabajan por dos, por tres o por los que haga falta, y más ahora con la «crisis».
Suele suceder aquello de «hecha la ley, hecha la trampa». Tratando de proteger a los justos, a veces, se beneficia a los «fingidores». A todos nos gusta disfrutar de la vida, de un tiempo de solaz en el que poner las neuronas a descansar y la preocupación en «stand-by». En lo personal y en lo profesional andamos faltos de «normas» o «límites razonables y sensatos», esto es, una clara especificación de derechos y responsabilidades. Hay una tipología de ser humano que, si se le deja a su aire, acaba por pensar que todo el monte es orégano. Por el contrario, en el otro extremo, está la del «dictador» que gusta de imponer su criterio. Para tratar de evitar esto, lo mejor es clarificar donde terminan los derechos de uno y empiezan los del otro, así cada uno sabrá a qué atenerse. Asumiendo nuestras responsabilidades, podremos exigir nuestros derechos con más derecho. En un mundo feliz las máquinas harían las tareas. Sin embargo, eso aún es ciencia ficción. Ahora bien, lo que sí está al alcance de nuestra mano es disfrutar de nuestra vida y no amargarnos las vacaciones.
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