España
Fe y laicidad diálogo necesario
Si España fuera un país como tantos otros de un peso histórico y cultural discreto, es probable que el Papa no lo hubiera elegido como laboratorio del gran debate cultural, espiritual y político que inaugura este siglo XXI, y que no es otro que el diálogo entre laicidad y fe religiosa al servicio del hombre contemporáneo. Pero resulta que España ha sido la nación que más ha contribuido históricamente a la renovación de la Iglesia y su herencia cultural en Hispanoamérica la convierte en un foco de influencia de primer orden dentro del universo católico. Esto explica que, aun antes de pisar tierra gallega, Benedicto XVI desvelara a los periodistas que le acompañaban en el avión el núcleo central de sus preocupaciones: el choque que se está produciendo en España a causa de un laicismo radical rampante y la secularización de una sociedad a la que no le llega nítidamente el mensaje de la Iglesia. Al Papa Ratzinger le sorprende, como es natural, que la nación católica por excelencia sea también el solar donde germinaron los brotes más violentos del anticlericalismo y del laicismo sangriento, como sucedió en los republicanos años 30. Este encontronazo fratricida ya es historia, pero sus secuelas culturales e ideológicas siguen vibrando en la actualidad. Por eso Benedicto XVI propone sustituir el enfrentamiento por el encuentro y la pugna vivaz por el diálogo fructífero. No se trata de una lucha por el poder político ni por la supremacía social, sino de aunar fuerzas para servir mejor al atribulado ciudadano de hoy, sus esperanzas y sus inquietudes. Tan aberrante es reducir la persona a súbdito de una teocracia, como mutilar su derecho a expresar públicamente su fe religiosa. Ambas dimensiones, la de ciudadano libre y la de ser espiritual, son inseparables en el hombre, de ahí que el poder político deba preservarlas con igual ahínco y respeto. Es en este punto donde el papel de la Iglesia resulta insustituible y muy necesario, no como competidor del gobernante, sino como cooperador necesario. Del mismo modo que en el campo de la caridad, de la asistencia social y de la educación la Iglesia contribuye de modo decisivo al bienestar general sin colisionar con las Administraciones, también es muy necesaria esa alianza en el cuidado espiritual y moral de las personas. Como subrayó ayer el Papa en la misa de Santiago, es una tragedia que en el siglo XX se divulgara la idea de que Dios era el enemigo del hombre y de su libertad; ahí están las consecuencias de esas ideologías, la marxista y la nacionalsocialista, que extirparon a Dios de la vida del hombre: las mayores matanzas que recuerda la historia.
Lamentablemente, persisten todavía ciertas corrientes ideológicas que mantienen esa hostilidad hacia el hecho religioso y, en especial, hacia la Iglesia católica. Paradójicamente, en países como Francia, que tiene la patente del Estado laico, esa inquina está en vías de superación en aras de una laicidad positiva basada en la colaboración y el mutuo acuerdo.
Europa y España se enfrentan a desafíos cruciales en este comienzo de siglo, pero su principal enemigo no está muy lejos: está en ellas mismas cuando se debilitan erradicando sus raíces cristianas.
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