Barcelona

Gaudí un loco de Dios

Gaudí estuvo a punto de morir cuando le encargaron la realización de su obra magna, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, en 1883. Antes de acometer la concepción de tamaño proyecto, inició un durísimo ayuno penitencial en su domicilio de la calle Diputación. Agotado, exhausto, todo piel y huesos, sus amigos temían por su vida. El Domingo de Ramos tuvo que ser visitado por el obispo Torras y Bages quien, tras una interminable conversación con el arquitecto, logró sacarlo de su trance místico.

Uno de los pináculos de la Sagrada Familia visto desde una ventana.
Uno de los pináculos de la Sagrada Familia visto desde una ventana.larazon

Gaudí era católico. Pero tras sus primeros éxitos como joven arquitecto, vivía y vestía como un burgués acomodado. Frecuentaba tertulias anticlericales y disfrutaba de la vida mundana. Su amistad con el obispo de Vic, Torres y Bages, le conducirá paulatinamente al misticismo. Decide moverse sólo a pie, vivir en la pobreza y en la castidad, e incluso se instalará en el interior de la Sagrada Familia como si fuera un eremita.

Resumir el ideario místico de Gaudí en un simple artículo se hace difícil. Más recomendable sería la lectura del libro de César Alcalá y Javier Barraycoa «Tradicionalismo y espiritualidad en Antonio Gaudí» (Actas Editorial). Pero podríamos destacar algunos elementos esenciales de la religiosidad gaudiniana.

Díme con quien vas y té diré quién eres, reza el saber popular. Gaudí fue gran amigo del beato Enrique de Ossó, fundador de la Compañía de Santa Teresa, dedicada a la enseñanza, y construyó para él –gracias a la limosna– el Colegio de las Teresianas de Sarrià. También trató a Jaime Collell Balcells, canónigo de Vic, y al presbítero Jacinto Verdaguer. El obispo Juan Grau Vallespinós, paisano de Gaudí, le encargará el Palacio Espiscopal de Astorga. Pero su máximo inspirador será José Torres y Bages, patriarca espiritual de la Cataluña del siglo XIX, autor de «La Tradición Catalana», un canto a las tradiciones católicas catalanas enfrentadas al liberalismo. Torres y Bages concibe el Templo de Dios como una gran «casa pairal» o masía. Su orientación, pues, es catalanista tradicionalista. De sobra es conocido que Gaudí se negaba a hablar otro idioma que no fuera el catalán, pero eso era una opción individual y no excluyente.

Gaudí ve a Dios en la naturaleza, su obra magna. Y se limita a copiar las formas curvas que observa en la topografía y la vegetación. Cree que la pobreza es el camino más elegante para el alma, liberada de las miserias de la posesión material. Y eleva el sacrificio a la máxima categoría: sin sacrificio, no hay obra que valga la pena. Toda compensación es vana.

Gaudí cree en la comunión y la oración. Muchas veces asistía a dos oficios diarios, y se complacía en rezar el rosario con el escultor de la Sagrada Familia Juan Matamala. Hoy día, la gente no comprende una serie de bolas enormes que siembran el Parque Güell. Se trata de un rosario disperso que permitía al arquitecto y sus amigos pasear y rezar sin descontarse.

Para Gaudí, la arquitectura era la forma que tenía de expresar el amor que sentía por Dios. Solía decir: «Para hacer bien las cosas es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica». Y ese amor se materializaba hacia los otros, pese al mal genio característico del arquitecto, en su concepción social. No olvidemos el tremendo impacto de la encíclica «Rerum novarum» (1891), de León XIII, y el papel de los pensadores católicos frente a las consecuencias de la industrialización. La iglesia proponía la evangelización de los obreros como única solución ante la revolución obrera, y Gaudí lo tiene en cuenta en la fachada de la Sagrada Familia con el grupo escultórico en el que aparece un anarquista provisto de una bomba. Gaudí fue un «loco» de Dios.

Se entregó sin reservas. Pero el milagro es que una asociación sin grandes medios materializara su sueño salvífico, que el tradicionalismo católico en una sociedad contraria a sus valores edificara el templo más vanguardista, la catedral de estética más atrevida de la cristiandad. Eso, en sí, constituye un milagro.