Artistas

Si alguien llama al timbre es el Gobierno

Es comprensible que todavía sorprenda, o nos sorprendamos algunos, de la maravilla de ver una ciudad en marcha. Todo funciona con una milagrosa precisión, incluso cuando alguien mete un pie en un charco o el autobús se le escapa por una décima de segundos sucede como si estuviera escrito en un guión.

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Si nos plantamos en una esquina de una calle concurrida observaremos que los taxis siguen su camino, que los camiones de reparto siguen su camino, que la gente sigue su camino cada uno a su manera, que un coche tuneado sigue su camino con la música a todo trapo, que los niños siguen su camino hacia el colegio, que los viejos siguen su camino sentados en un banco o mirando obras –cuando las había–, incluso que los mendigos siguen su camino arrastrándose por las aceras. No hace falta que nadie dirija esa orquesta caótica que produce un sonido que es fácil reconocer con los ojos cerrados como podemos reconocer, es un decir, el canto de la avutarda en el bosque.

Todo sucede desde la responsabilidad personal de cada uno, porque incluso el más irresponsable de los seres se dirige a algún sitio. Es imposible no hacer nada, y ese es nuestro drama. Si una ciudad tuviera que funcionar porque su alcalde apretase un botón y nos hiciese levantar de la cama y echarnos a la calle seguramente no funcionaría nada. Es fácil comprobarlo: cuando se van de vacaciones no les echamos en falta. Dicho lo cual, ese lema del Partido Socialista en Madrid con la cara del candidato Jaime Lissavetzky al lado que dice«El Gobierno de tu calle» es la ilusión intervencionista llevada a la paranoia. De ahí a meter el Gobierno en casa sólo hay más que llamar al timbre.