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Los fines y los medios por Luis del Val

La Razón
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Recuerdo las semanas que siguieron tras haber obtenido el permiso de conducir. Tenía permiso, pero no tenía automóvil. ¡Terrible contrasentido! Menos mal que un jefe mío, muy ocupado, tenía la osadía de prestarme su coche para ir a hacer recados que su agobiado trabajo le impedía acometer por sí mismo. Cada vez que me pedía que fuera a llevar o a recoger algo, mi corazón saltaba de gozo, porque podía conducir. No me importaba el fin, sino el medio, y, muchos años después, recordando esa época, comencé a reflexionar sobre la facilidad que tenemos para confundir los fines con los medios.

Me han dicho que el último ingenio tecnológico ha provocado grandes colas. Hay que reconocer que la informática y la cibernética han revolucionado el mundo, con mayor intensidad con que lo ha hecho la imprenta, pero nos olvidamos con facilidad de que los instrumentos informáticos son medios para lograr algo, y que el fin no está en su posesión, sino en su utilidad.

Aristóteles carecía de ordenador, Fleming anotaba sus observaciones de manera manuscrita, y Cervantes ni siquiera tenía una máquina de escribir. Millones y millones de personas contemporáneas de sus respectivas épocas, teniendo a su alcance los medios de los que disponemos ahora, hubieran sido incapaces de vislumbrar la Metafísica, descubrir la penicilina o escribir la novela más universal de todos los tiempos.

La telefonía celular es un sistema maravilloso para comunicarse desde cualquier lugar a cualquier otra parte del mundo, pero carece de valor si no tenemos nada que comunicar, ni los demás consideran que deben informarnos de algo. La última generación de iPad es tecnológicamente una maravilla, pero le sirve de poco a un analfabeto funcional, excepto para pasar el tiempo con los ciberjuegos.

Incluso ahora mismo, las autoridades relacionadas con la educación, parecen centrar todos los alivios de nuestra deficiente escuela en la disposición de un ordenador por alumno, que es lo mismo que si pensáramos que las personas que no tienen nada interesante que decir se iban a volver ingeniosas si les regalásemos un teléfono móvil.

Es más avanzado tecnológicamente el ordenador que la pizarra, pero el fracaso escolar, la mala calidad de la enseñanza, la violencia de alumnos entre ellos y contra los profesores, la coerción de padres descerebrados contra los docentes, la ausencia de valores, la disolución del sentido jerárquico y de autoridad, los méritos que hemos hecho para lograr estar en el pelotón de los torpes de la Unión Europea en cuanto a calidad de la enseñanza, todo eso no se arregla ni con un ordenador, ni con tres millones de ordenadores.

Hoy estamos en jornada electoral. Esperemos que los políticos vencedores recuerden que lograr el poder es un medio para tomar aquellas decisiones que creen que le convienen a la sociedad, pero no un fin en sí mismo.