Estados Unidos

El síndrome de China

La Razón
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China admira, intriga y da miedo. Porque es extraordinario lo que han hecho. ¿Cómo lo han hecho? ¿Qué va a pasar con todo el poder que están acumulando? De China sólo conocemos las historias de éxito, y si las proyectamos linealmente sobre el futuro, resultan inquietantes porque el país sigue gobernado por un partido único que se llama a sí mismo comunista. También sigue teniendo en baja estima aquello que llamamos derechos humanos –hasta el punto de encarcelar a su premio Nobel de la Paz–, abriga reivindicaciones respecto a todos sus mares ribereños y, para quien se interese por la historia, siempre ha sido dominante sobre toda su periferia cuando ha estado unida y ha sido fuerte.

Pero igualmente inquietantes deberían ser las historias contrarias, las de problemas no superados, más bien agravados o nuevamente creados. Es toda una hazaña que en escasamente tres décadas China haya sacado de la pobreza a 300 millones de personas. Sin embargo, atrás quedan otros mil millones de pobres y las diferencias internas no han hecho más que crecer: tanto el abismo entre la costa y el interior como el que hay entre ricos y pobres han aumentado.

No se puede pensar que el extraño régimen chino pueda durar indefinidamente, pero desde dentro no se atisba ninguna voluntad de cambio. Tampoco es sostenible un sistema económico basado en el hecho de que centenares de millones de pobres ahorren hasta el aire que respiran para que bancos, controlados por el poder político en último término o, las más de las veces, en el primero, dilapiden sus capitales en pésimas inversiones orientadas por la corrupción.

Con sus visibles éxitos y sus sólo ligeramente velados fracasos, China ha pasado en muy pocos años al primer plano de la política mundial. Ni G-8 ni G-20, lo que importa hoy día es el G-2, que se reunió por todo lo alto en Washington hasta el jueves de la semana pasada. Tienen mucho de qué hablar y es sano que lo hagan con cierta frecuencia, por más que sus contenciosos no avancen mucho.

El punto al que China ha llegado ha sido, después de todo, una aspiración de la política exterior de Estados Unidos, y a pesar de la enorme deuda americana respecto a su huésped, el país asiático sigue dependiendo del líder mundial mucho más que a la inversa.