Luxemburgo
El baúl de los Nassau por Andrés Merino
El «sí, quiero» del futuro gran duque de Luxemburgo es la culminación de un regio romance centroeuropeo del siglo XXI, teóricamente fruto del amor, pues la Constitución del Gran Ducado no impone especiales permisos parlamentarios para contraer matrimonio. Pero severos pactos familiares en la dinastía Nassau, vigentes desde 1783 y 1907, obligan a sus príncipes con derecho al trono a contraer nupcias con permiso del jefe de la Familia. O a renunciar a los mismos a quienes tengan descendencia fuera del matrimonio.
Desde los casi cuarenta y cinco años de reinado de la enérgica Carlota de Luxemburgo (1919-1964), la opinión pública europea tiene una muy buena imagen de quienes rigen la nación. Su hijo, el gran duque Juan, casado con la princesa Josefina Carlota (hermana del rey Balduino de los Belgas) pudo abdicar en 2000, con toda tranquilidad, en el actual soberano. Aunque años antes, en 1986, había impuesto a otro de sus hijos, Jean, la renuncia a sus derechos dinásticos, al haber tenido una hija con la francesa Hélène Vestur, con la que finalmente se casó y de la que acabaría divorciándose. La historia comenzó a repetirse una generación después: el príncipe Luis dejó embarazada a una compatriota, Tessy Antony, con la que tuvo un varón que acabó con sus expectativas sucesorias, aunque el gran duque Enrique acabaría otorgando a los ya dos vástagos de la pareja, sus primeros nietos, el tratamiento de Alteza Real. Los Nassau también guardan historias familiares, si bien gozan de una imagen de discreción que contribuye a que muchas de ellas queden en un baúl al que no se acude con demasiada frecuencia. No lo duden: Estefania de Lannoy aportará las suyas. ¿Suerte? ¿Estrategia? Quizá, este fin de semana, más de una y de dos Familias Reales estarán consultándoles el truco…
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