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Yo Leonor

La Razón
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Holaaaaaaa. Ea, pues ya estoy aquí. Después de un montón de meses castigada, amordazada, sin proporcionarme un instante de paz para contarles chismes, después de un verano infernal y de un inicio de curso que intuyo me va a condenar a un internado inglés con una estricta gobernanta en la puerta, comparezco a desahogarme, que ya no puedo más. Porque puede que Pocoyó lo flipe viendo diariamente bailar a una elefanta con mochila, pero es que lo mío no tiene nombre, españoles.

Lo mío es una ristra de sobresaltos con esta familia que Dios me ha dao, que esto es un sinvivir continuo. Porque Vds. no hacen más que quejarse y ponernos a caldo pero, ¿no les damos pena? ¿No les doy pena yo, que cargo con esta gente que no hace más que meterse en charcos y cometer penalti? ¿Les parece normal que personas que podrían vivir divinamente me tengan a salto de mata, sin poder disfrutar de mi reinito del futuro, sin permitirme soñar con mi armarito de Felipe Varela, sin tener un día en el que no se le salte a una un diente de leche? Que es lo que le he dicho yo en una carta al ratón Pérez: yo no quiero dinero, nene, lo que quiero es que me dejen tranquila, que, porque soy de metabolismo agradecido y estoy como una sílfide y la ansiedad ni me roza, pero mi hermana, con los nervios, va a ensanchar que aquello no lo remedia ni el photoshop de Terelu.

No hay derecho, oigan. Yo, este verano, ni se dónde he ido, ni si hemos estado todos juntos, si el abuelo aún nos aguanta, si la abuela ha pedido ya asilo en Harrods definitivamente o qué. Desde que el abuelo tiene chunga la pata, aquí es que no hay forma. Que si le duele sólo si está en España, que si por ahí danzando está como una rosa, que si prefiere andar sobre ascuas ardiendo antes que aguantarnos. Yo entiendo al abuelo, la verdad. Esta es la casa de tócame Roque y se van turnando para pegar petardos. Esta pareja mía de padres tiene también lo suyo, no se vayan a pensar. Se me ocurrió preguntar si era verdad lo que decía una revista sobre su crisis y para qué queremos más drama. Tres semanas sin dirigirme la palabra. Vino mi padre a advertirme que como siguiera largando por los pasillos de Palacio/Casa del Rey/ Casa Real/Casita del Príncipe/Zarzuela/ Palacio de Oriente y aledaños, mi madre, seguramente, entraría en parada cardiorespiratoria y me pilló subrayando con un rotu fosforito unos papeles de un bisnes que le quité al tito Iñaki. «Vaya tela lo de los Duques de Palma Arena», se me escapó en voz alta. Antes del infarto, a mi madre le ha dado tiempo a llamar al 11811 preguntando si quedan reformatorios abiertos.