Roma
Una ciudad inundada por la fe
«¿Pero ha quedado algún polaco en Polonia?», le decía medio en broma en la plaza de San Pedro una española a una peregrina de aquel país del este de Europa. No fue la única que se hizo esa pregunta al contemplar la marea de compatriotas de Juan Pablo II que ha viajado estos días a Roma para participar en la ceremonia de beatificación.
Sus banderas eran sin duda las más numerosas ayer en El Vaticano. En cualquier esquina de la plaza, en la vía de la Conciliazione y en todos los alrededores podían verse los colores rojiblancos de su estandarte agitados por alguno de los 100.000 polacos que no quisieron perderse en directo el ascenso a los altares del Papa Wojtyla.
La mayoría cromática polaca estaba aderezada por varias decenas de banderas españolas que lucían en diversas versiones: con el famoso toro negro de Osborne, con el Corazón de Jesús, con el escudo nacional o limpias de cualquier signo. Al otro lado de la caña de pescar en que estaba agarrada una de ellas, Manuel, de Sevilla, no se perdía ni un detalle de la ceremonia. «Para mí Juan Pablo II es como un padre. Me lo ha enseñado todo. Nos hemos pegado una paliza de viaje para poder estar aquí pero ha merecido la pena con creces. ¡Y también vendremos cuando lo hagan santo!», decía, seguro de que el milagro que ponga en marcha la causa de canonización no se hará esperar mucho. A su lado, sus compañeros, también andaluces, comparten la emoción del momento.
No parecían cansados, pese a que casi no durmieron la noche anterior tras participar en la vigilia, donde combatieron el frío con la oración y palmeando y cantando sevillanas.
Gran parte de los miles de españoles que han acudido a la beatificación son muy jóvenes. Uno de ellos es Agustín, madrileño de diecinueve años y estudiante del primer año de Ingeniería de Telecomunicaciones. «Su mirada transmitía felicidad. A través de los ojos de Juan Pablo II, que eran como transparentes, podía verse al Espíritu Santo. Para mí es también muy importante estar en estas celebraciones porque te das cuenta de que los católicos no somos cuatro gatos. Percibes la fuerza de la Iglesia, su universalidad. Es muy necesario para los católicos saber que no estamos solos», cuenta.
Veinte horas en carretera
Como él, otros cientos de jóvenes también han realizado un viaje muy duro para poder estar estos días en Roma. Han recorrido los alrededor de 2.000 kilómetros que separan España de Italia en autobús, pasando unas 20 horas en la carretera. La noche, además, la han transcurrido en un saco de dormir al raso o en el suelo de algún monasterio o polideportivo. Ayer, tras la ceremonia de beatificación y las varias horas de cola para venerar al nuevo beato, la mayoría volvió a subir al autobús para emprender el viaje de vuelta. Llegarán estos jóvenes hoy a casa molidos pero con una sonrisa imborrable en la cara por haber vivido el ascenso a los altares de Juan Pablo II.
Igual de ilusionadas pero con un mayor nivel de comodidad vivieron la ceremonia Carmen y Estrella, dos hermanas extremeñas que se apuntaron al viaje a la beatificación que organizaba su diócesis. «No me lo podía perder. Era un Papa con un carisma inmenso. También voy a ir a la misa de acción de gracias», cuenta Carmen. Estrella, a su lado, reconoce estar «emocionadísima» por todo lo que está viviendo estos días en Roma y, como prueba de su amor a Juan Pablo II, muestra orgullosa una medallita con su efigie que lleva colgada de una pulsera.
Al lado de los cientos de miles de fieles era posible encontrar ayer en la Plaza de San Pedro a personas que ni siquiera eran católicas. Llamaba la atención un grupo de rusos vestidos con trajes tradicionales tártaros. «Somos ortodoxos pero Juan Pablo II también era un padre para nosotros. Gracias a él se desmoronó el bloque soviético y cayó el Muro de Berlín. El mundo no debe olvidar eso», advertía Yuri, uno de ellos, embutido en su gorro de piel.
Aplauso joven desde España
Unos 500 voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud siguieron los actos desde unas pantallas gigantes en la calle Princesa de Madrid, junto a la Parroquia del Buen Suceso. En Salamanca, dos mil niños reunidos para el Festival de la Canción Misionera la siguieron en el Convento de San Esteban.
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