Literatura

Francia

El mirífico «Tirant lo Blanc» por Francisco NIEVA

Imagen del filme «Tirant lo Blanc»
Imagen del filme «Tirant lo Blanc»larazon

Mi padre, que era un artista y un intelectual, al verme tan aficionado a los libros y disponiendo de una biblioteca muy profusa, acabó dictaminando: «Hay que dejar que ese chico lea lo que quiera sin cortapisas. Ya se organizará él mismo y se formará un gusto sin ayuda de nadie». En principio, eso estaba muy bien y aún se lo agradezco, pero también tuvo sus fallos, para qué lo voy a negar. Hay libros a los que no se les puede sacar placer ni revelación alguna, que nos aburren y no entendemos, pero resulta que son libros magnos para el conocimiento del arte y la literatura. Libros que han caído en nuestras manos pecadoras antes de tiempo y sin ninguna preparación. Y éste es el quid: hay que saber a quiénes se recomienda un libro tan importante, con la seguridad de que lo va a entender y recrearse infinitamente con él. Lo digo porque a los doce años se me ocurrió leer «La Cartuja de Parma» y me aburrí como una ostra. Tuve que leer y vivir mucho, residir en Italia, relacionarme con viejos aristócratas y sus bellas y altaneras hijas, ir mucho a la ópera… Y tener más de treinta años, para sentirme feliz con la novela más extraordinaria del siglo XIX.

Felices los que no han leído todavía algunos libros extraordinarios, porque todavía están a su disposición, si su conocimiento literario se lo permite. Éste es el quid de la cuestión. Libros tan extraordinarios como «Tirant lo Blanc», de Joanot Martorell, (Gandía 1413 - Valencia 1468). Por lo menos hay que tener una idea más o menos precisa de las leyendas artúricas, los libros de caballerías, del «Amadís de Gaula» y –cómo no– de «El Quijote». No todo se puede poner a disposición de la masa indiscriminada. Pero vamos a lo que importa: «Tirante el Blanco» es estimado por Cervantes como un libro ejemplar de caballerías, precisamente porque no es ejemplar, sino una novedad del genero que lo hace más admirable, por su rareza y originalidad. Obra maestra, escrita en una lengua minoritaria: el valenciano-catalán o viceversa. ¿Para qué vamos a entrar en disquisiciones lingüísticas? Tirante tiene su lengua propia, que «suena como Dios». Felices los que la aprendieron de niños y ahora pueden entrar en esa catedral o en ese palacio novelesco, y gozar la sonoridad de estos ecos ancestrales y familiares. Pero leído en castellano, tampoco está mal, y claro está que lo recomiendo a quienes lo pueden degustar. Hace años, por indicación de un director de teatro, me leí de un tirón este divino mamotreto, y me entró tal excitación que, sin haberlo terminado del todo, pensé robarle inmediatamente una comedia mía, inspirada en su totalitaria visión, de «libro- universo», de mundo aparte, como puede serlo el «Orlando Furioso» de Ariosto.
Otro monumento universal de la literatura. Y gracioso, como Gargantúa, picante, imprevisto, de pronto muy moderno y, de pronto, muy bellamente antiguo; con personajes emblemáticos, cuyo nombre ya es un chistoso acierto expresivo: la Viuda Reposada, Placer de mi Vida, Don Kirieleisón de Montalbán, el Doncellón de Francia, la Princesa Ricomana… Un familión de personajes novelescos. Y con una parte que es un sueño erótico caballeresco, que nos hace ver lo que ningún libro de caballerías: la sexualidad real de su tiempo, sus atractivos y sus contenciones.

Hombre de su tiempo
También nos hace ver en Tirant a un hombre de su tiempo, nostálgico de un pasado mítico en el sentimiento de lo caballeresco, digamos chistosamente, en la que los caballeros se esforzaban en ser verdaderamente caballerescos, como Amadís o Lancelot. El mismo Martorell se quiso ver así, como Proust se sintió deudor de los Guermantes o el barón de Charlus. Las reflexiones y las glosas que suscita Tirant lo Blanc pueden ser infinitas, como la de cualquier libro paradigmático de primera línea. Los críticos, los ensayistas, los investigadores tienen carne de sobra en qué morder, el chupetón novelesco más sabroso que nos podemos zampar con el mayor gusto, si nuestro estómago literario está preparado para apreciar ese banquete sin igual.