Finlandia

Modas temerarias o como jugarse la vida por nada por José Antonio VERA

Modas temerarias o como jugarse la vida por nada, por José Antonio VERA
Modas temerarias o como jugarse la vida por nada, por José Antonio VERAlarazon

Este pasado verano las televisiones nos inundaron con la estupidez de moda: el «balconing». Parece que lo practican desde hace años jóvenes presuntamente intrépidos, con la diferencia de que en esta ocasión a algunos el juego les ha costado la vida. Consiste en meterse en un hotel, pedir una habitación lo más alta posible con vista a la piscina y tirarse desde el balcón o la ventana de la misma para darse un chapuzón de madrugada. Tengo una amiga que conoce a una pareja que se divierte desde hace años de esta manera. Sobre diversiones no hay nada escrito, y allá cada cual con su forma de ver las cosas. El problema es que este jueguecito se ha cobrado ya la vida de siete personas en las islas Baleares, y mientras más se habla de ello más idiotas intrépidos aparecen dispuestos a lanzarse sin paracaídas desde un noveno piso hasta la piscina de un hotel.


Ciertamente tenemos un problema no menor. Los jugadores de esta cosa temeraria y absurda suelen ir, para mayor locura, hasta arriba de alcohol y drogas. Parece evidente pues de otra manera es incomprensible que una persona en sus cabales tome una decisión semejante. El alcohol y las drogas eliminan los frenos inhibitorios y a partir de ahí se hacen cosas que en circunstancias normales serían completamente impensables.
O quizás es también por llamar la atención. Jóvenes convencidos de que ellos son inmortales, que tienden a infravalorar el riesgo y que además les gusta, y mucho, llamar la atención sobre ellos a la sociedad. Hacen la cosa esta del «balconing» grabándolo mientras vuelan y con otro compañero debajo que les graba igualmente mientras cae, e incluso otro arriba que graba también la imagen en el momento de comenzar la hazaña. Después hacen un mix de video y cuelgan el hito en YouTube y lo envían a la concurrencia a través de la redes sociales, se supone que para recibir el agasajo general de amigos, conocidos y público entusiasta. Otros artistas del balcón o «balconers» se han especializado en pulular por azoteas y tejados o en ir de reja en reja cual arañas, con el mismo objetivo exhibicionista que los anteriores.


No se descarta tampoco que el leiv motiv sea puramente económico, por razón de apuestas o parecido. Hace años se instaló la moda asesina de conducir a altas horas de la madrugada por una autopista en sentido contrario y a velocidades altísimas. Se jugaban cantidades al parecer astronómicas. El problema es que tales artistas del volante, con frecuencia también borrachos y bajo el efecto de drogas, chocaban con gente normal que volvía a su casa de trabajar o después de una cena de familia. Los muertos no fueron pocos, y aún hoy parece que se siguen dando casos en diferentes provincias españolas. Juego éste mucho peor porque aquí ya no solo se pone en riesgo la vida el insensato en cuestión, sino que además se arriesgan vidas ajenas sin que al parecer le importe demasiado al conductor suicida. Es decir, en poco tiempo ese individuo se puede convertir en un asesino múltiple. Parece que les da igual a los fulanos, porque ellos siguen a los suyo, llámese la cosa autopisting, arañing o balconing.


Habría que llamar la atención, no obstante, sobre semejantes barbaridades para intentar concienciar a los aficionados al riesgo sin límite. Sobre todo cuando se trata de un tipo de riesgo que lo es igual para los demás. E intentar llevarles a la consideración del absurdo que suponen determinados comportamientos. Se juega uno la vida por ganar una apuesta idiota, por ejemplo. O por una videoconsola nintendo Wii. Es lo que le sucedió a la estadounidense Jennifer Strange, que murió de shock tras proclamarse vencedora de un concurso en el que ganaba quien bebiese más agua sin necesidad de ir al baño. O el ruso Vladimir Ladyhensky, que falleció en el campeonato mundial de sauna celebrado en Finlandia, en el que ganaba quien más tiempo resistiera a temperaturas de 110 grados sin descansar ni salir del habitáculo calorífico. Total, que la estupidez humana no tiene límite, y el balconing de este verano nos ha dado una buena muestra de ello.