Alfonso Ussía
Viva el delito
El dibujo, una obra de arte, fue portada en 1991 en ABC. De Antonio Mingote, claro. En él se aprecia a un hombre de mediana edad, apoyado en un esquina callejera, con un puñal clavado en el abdomen y un hilo de sangre bajando por su rostro. Su sombrero está en el suelo, como su ánimo. Y una buena mujer acude en su socorro. Ofrece sus manos para incorporar al inocente ciudadano atracado y herido, mientras la víctima le formula un ruego: «Y sobre todo, que no se entere el juez de que le he pegado una bofetada al atracador».Se suceden sentencias contra policías nacionales o municipales que condenan el cumplimiento de su deber, de su fundamental deber, que no es otro que defender a la sociedad del delito y los delincuentes. Son condenados a penas de prisión, expulsados de sus Cuerpos y en alguna ocasión, obligados a indemnizar al transgresor de las leyes. Un buenismo de izquierda tonta impera en las primeras instancias judiciales. Los policías no se pueden defender. Disparar contra un ladrón, sin causarle la muerte, que ataca al policía con un cuchillo, es un hecho condenable. Atacar al policía con un cuchillo es un asuntillo menor, una pequeña falta que no merece la atención de algunos jueces. Al paso que vamos y llevamos, los policías no van a intervenir contra el delito, porque los delincuentes se van de rositas y ellos son los condenados.Si un desalmado ataca al policía con un machete, éste, antes de disparar, se verá obligado a preguntarle. «Señor delincuente: ¿Usted pretende seccionarme la yugular con el machete o sólo desea asustarme?». Si un atracador huye y da la espalda al policía –los atracadores no se fugan corriendo hacia atrás, como los banderilleros garbosos–, y el agente le ordena repetidas veces que se detenga sin conseguir que el chorizo lo haga, lo mejor que puede hacer es permitir su escapada. Porque en caso de efectuar un disparo, cuya bala perfore la pantorrilla izquierda del forajido, el policía será condenado, y el sinvergüenza seguirá en la calle poniendo la vida y bienes de los inocentes en permanente riesgo. En España, ser un delincuente violento no conlleva serios problemas. Siempre serán los agentes del orden –guardias civiles, policías nacionales, policías municipales o policías autonómicos– los sospechosos de usar la violencia. Pues claro que sí, señores jueces, sigan interpretando la Ley desde el buenismo progre, sigan castigando con dureza insoportable a los defensores del orden, y no se quejen cuando las víctimas de la violencia sean ustedes. Se han dado casos de policías que han abusado de su autoridad o de su poder. Están castigados. Pero los últimos policías condenados actuaron con una prudencia fronteriza con la inacción. Son ellos los que temen comparecer ante sus señorías, porque saben que algunos jueces inexpertos y sesgados no odian al delito y compadecen al delincuente, sino que entienden al delincuente y odian al servidor del orden.Su labor de desmoralización de las Fuerzas de Orden Público está dando sus frutos. Conseguirán que nadie quiera ser agente de la autoridad. ¡Viva el delito! Qué país.
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