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Lunáticos por María José Navarro

La Razón
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Desde este jueves pasado está abierta en la Casa de Campo de Madrid una exposición sobre los grandes acontecimientos del programa espacial de la Nasa. Ya saben mis fieles (uno o ninguno) que servidora no es muy partidaria de conocer otras atmósferas (gracias a una cobardía muy grande) pero tengo que reconocer que la muestra es divertida e interesantísima. Es verdad que, incomprensiblemente, se olvida al ratón Perico, primer tripulante español, que hizo Barcelona-Badalona en un cohete y bajó andando a dos patas, pero se recuerda a la primera mona que salió a darse un voltio en una nave y la envidia que aquello provocó en los rusos, que enviaron seguidamente a Gagarin a mejorar la especie. A pesar de la fascinación que provocan algunos de esos aparatos con los que el hombre ha conseguido llegar a sitios impensables y los avances notables y notorios que también pueden comprobarse en la exposición, no hay nada más emocionante que percatarse de que fue el factor humano el que intervino decisivamente en cada una de esas conquistas. Es sobrecogedor saber que algunos astronautas han usado motores sin poder probarlos antes fiándose simplemente de la palabra de los ingenieros, que la misión del Apolo 1 fracasó porque los tres tripulantes que testaban la cápsula murieron abrasados al ser incapaces de abrir la puerta y que con su fallecimiento propiciaron nuevos avances que han salvado las vidas de muchos compañeros, o que Armstrong, Aldrin y Collins obviaron la orden de la computadora que optaba por abortar la misión inmediatamente, o lo complicado que resulta dormir sin que la cama pese, o lo equilibradito que hay que estar para no salir loco en tanto habitáculo claustrofóbico. Mola mucho. Anímense.