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Que la educación es un desastre parece ser un problema, pero el futuro ya está aquí. Los representantes públicos no saben qué son las palabras polisémicas, ni la mayor parte de los españoles imagina cuál es el origen de Melilla. La semana ha sido culturalmente trágica. El señor Alonso ha afirmado en la tribuna del Parlamento que la palabra «guerra» en inglés (war) es polisémica sólo porque se puede decir «guerra contra el crimen» o «guerra de datos». Es bochornoso. Existen «sillas de niños» o «sillas de caballos» y no por eso es polisémica la palabra «silla». «Cura», por el contrario, sí lo es porque significa «sacerdote» y «operación de enfermería». Es obvio que el portavoz parlamentario ha caído en una trampa cuando intentaba decirnos que una guerra no es una guerra, cosa que constituye una estupidez, pero en el camino nos ha dejado entrever que olvidó la formación en lingüística elemental o que nunca la tuvo. Lo mismo les pasa a quienes creen que Ceuta y Melilla son colonias españolas. Ignoran que Don Pedro de Estopiñán fundó Melilla hace 513 años, a la par que los Reyes Católicos reconquistaban Granada a los moros. Marruecos no existía, por supuesto. Melilla es ciudad española con tanto derecho o pedigrí como Salamanca o Madrid. La ignorancia de la gramática o de la historia puede tener consecuencias dramáticas para un país, que puede caer preso de la mentira de sus políticos hasta el extremo de llegar a pensar que sus soldados mueren inexplicablemente en una guerra que no es una guerra, o que sus habitantes viven en ciudades que no son sino colonias. He aquí por qué es duro reconocer que el señor Zapatero no sabe inglés, o que don José Blanco carece de estudios superiores. La ignorancia es atrevida y peligrosa. Volver a enseñar Historia y Geografía, Gramática o Literatura de modo que los alumnos las aprendan no es sólo cuestión de prestigio sino tarea urgente para que España siga siendo España y sobreviva como nación.