El Cairo
OPINIÓN: La democracia árabe
Después de las revoluciones en los países árabes, Occidente se debate entre dos opciones: ¿se trata de una revolución democrática como la Americana, o se trata de una revolución islámica como la de Jomeini? A nuestro presidente y toda la progresía española le ha faltado tiempo para apuntarse a la primera. Nuestros «periodistas orgánicos» acamparon en la Plaza Tahrir cairota, esperando la llegada del santo advenimiento que terminase con las dictaduras.
Lo curioso es que los países en donde ha triunfado la revolución, son aquellos que cayeron en la esfera soviética tras la independencia colonial, y eran conocidos como «progresistas»: Libia, Egipto o Yemen del Sur. Sus líderes, Ben Ali o Mubarak, pertenecían a la Internacional Socialista. Y qué decir del otrora carismático Gadafi, icono de la lucha antiyanqui, y todas las causas progresistas.
¿Alguien se ha parado a pensar cómo empezó esta historia? Porque creerse que todo esto es producto de cinco chavales con teléfonos móviles y Facebook es difícil. Lo acontecido en la Plaza Tahrir no es nuevo. Los días 25 y 26 de enero de 1952 se organizaron manifestaciones espontáneas que terminaron con el incendio de los barrios más ricos de El Cairo. Aquello supuso un cambio de orden político en Egipto, pero aún nadie ha explicado quién lo empezó.
Es difícil saber cómo terminará esta historia, pero es muy fácil saber si será o no democrática. Hay una sencilla prueba del nueve: en las constituciones de todos estos países existe una declaración, similar a la establecida en el artículo 2 de la Constitución de Egipto: «El islam es la religión del Estado, y la jurisprudencia islámica es la principal fuente del derecho». Si después de la reformas constitucionales los estados árabes siguen siendo confesionales, la democracia será una ilusión imposible.
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