CRÍTICA / «Exit through the gift shop»: Las máscaras del arte

Cuando, en «La palabra pintada», Tom Wolfe se quejaba de que, a mediados de los setenta, el arte moderno se había vuelto completamente literario en la medida en que existía para ilustrar una teoría preexistente, no sabía que, pocos años después, el arte urbano desafiaría la engolada literatura sobre el tema para desubicar la mirada del crítico y desestabilizar a las élites de la cultura. Pero incluso en los confines de un arte que se manifiesta en los márgenes es fácil crear un monstruo que venda la falta de talento como si fuera el último grito en creatividad antisistema.
«Exit through the Gift Shop» es una película sobre las máscaras del arte: una farsa que se esconde tras la etiqueta del documental realizada por un artista urbano aficionado a la ocultación que utiliza a su amigo y némesis para demostrar que cualquiera con voluntad de exponerse puede convertirse en el artista del momento. Precisamente de la tensión que existe entre la fama del enigmático y la del exhibicionista nace este lúdico artefacto urdido por Banksy como nada disimulado vehículo de autopromoción, pero también como documento reivindicativo de un arte tan efímero como el callejero y como sátira sobre el deseo de celebridad de los artistas, sean o no «undergrounds».
La omnipresente figura de Ghetta, primero filmando compulsivamente pero sin un objetivo concreto a los practicantes del «street art», luego transformándose en protagonista de su propia fantasía de fama y reconocimiento, es el feroz síntoma de esa enfermedad del yo que se ha convertido en perfecta definición de los tiempos que corren. Ghetta es la prueba viviente de que el arte es una impostura y la impostura es una de las bellas artes.