Viena
Un Puccini a lo Wagner
Una de las mejores Brünnilde e Isolda de la Historia, Deborah Polasky, es la estrella invitada de la puesta de largo del autor, con «Sor Angélica», en el Teatro Real
La mitología operística es tal que cuando uno va camino de entrevistar a la soprano que más veces ha cantado Brünnhilde en Bayreuth después de la Segunda Guerra Mundial no espera encontrar a una mujer tan sonriente en vaqueros. Deborah Polasky (Wisconsin, Estados Unidos 1949), radiante en su camerino, como tiene una cita después con Televisión Española, nos dice si no importa que la entrevista avance mientras la maquillan. Una muymala idea para la maquilladora, pues es tal el entusiasmo de la cantante que, a mitad de cada una de las respuestas, se gira hacia el entrevistador para concluir un razonamiento, se levanta para detallar con ejemplos de la partitura... Es una de las grandes, y, sin embargo, ha aceptado cantar dos pequeños papeles en un programa doble insólito ideado por Mortier: «Siempre he hecho con él producciones de altísima calidad. Me parecía una combinación muy interesante y acepté».
Melodía y disonancias
Esta pareja de títulos que el gestor del Teatro Real ha hecho bailar en la misma noche son dos piezas italianas del siglo XX sobre la falta de libertad. «El prisionero», de Luigi Dallapiccola, en la que el autor retoma la tradición de Puccini y Verdi, pero también se atreve con las disonancias para poner melodía a los lamentos de un encarcelado en Gante en plena revolución contra los españoles en tiempos de Felipe II. «Sor Angélica», de Puccini, por el contrario se remonta a una peripecia del siglo XVII, cuando una familia adinerada ingresó, como tantas otras veces, a su hija en un convento por haber cometido un desliz con el hombre equivocado. El compositor la estrenó en 1918, lejos de su tierra, en el Metropolitan, y está considerado como uno de los últimos melodramas italianos.
Polasky es la deshecha madre del prisionero en su primera intervención y la rígida tía de la protagonista en la segunda, una oportunidad: «Son dos personalidades extremas, muy distintas a los personajes wagnerianos, lo que supone un gran desafío». Interpretar al bien y al mal con pocos minutos de diferencia, aunque Polasky no está del todo de acuerdo en que sean tan antagónicas: «Con la madre casi no tengo que actuar, es una persona adorable que está muy preocupada; sin embargo, no creo que la tía princesa tenga el corazón duro, simplemente se trata de una mujer a la que le encargaron ocuparse de la familia a la muerte de su hermana; y, para ella, se trata de una cuestión de honor, el nombre familiar está por encima de todo», apostilla. Además de dar muestras de cómo evolucionó la música italiana en el siglo XX, el estreno del Real es interesante para la estrella por dos motivos: «Ambas son dos piezas sobre el amor, pero no el de pareja. Se trata de un sentimiento sin deseo; ambos protagonistas están en la cárcel, uno en una física y otra en una espiritual, porque la peor tortura de todas es la esperanza, sobre todo si es por algo que ya no se puede alcanzar».
Junto a Brünnhilde, los otros alter ego en los que más ha brillado Polasky han sido Isolda y Electra. Y es que, a pesar de haber nacido en EE UU, la mayor parte de su carrera se ha centrado en Alemania, Viena y con repertorio alemán. ¿Se siente una cantante germánica? le preguntamos. Admite que es su fuerte y confiesa una parte del secreto: «Hay que cantar el repertorio alemán como si fuera italiano, suele hacerse de forma incorrecta, pero hay que prestar mucha atención al legato, no hay que hablar el texto y estar solo pendiente de las consonantes, sino lograr la unión de los vocales».
Su técnica y esa gran expresividad le valió la asistencia constante a Bayreuth, el centro mismo de la tierra wagneriana, sobre todo entre 1988 y 1998, donde coincidió, entre otros, con primeras figuras como James Levine y Daniel Barenboim: «Bayreuth fue importante por muchas razones. Primero porque conocí los buenos años de Wolfgang Wagner. Además, trabajé con directores de escena que me ofrecieron una aproximación distinta a los textos y batutas que me aportaron grandes conceptos musicales, como la importancia del fraseo, en definitiva, el maridaje perfecto. Me ofrecieron las bases sobre las que asentar mi trayectoria.
No podemos dejarla sin abordar la carencia de voces de este repertorio que, según muchos críticos y fanáticos, sufrimos hoy: «No hay menos voces wagnerianas que hace 50 años, pero lo que sí ocurre es que la gente vive más rápidamente, todo el mundo tiene prisa y los cantantes también. Muchos ceden a la presión de los agentes y empiezan a cantar personajes que no les corresponden, los directores también quieren descubrir nuevas voces en poco tiempo. Los cantantes wagnerianos necesitan un proceso similar al de un buen vino o un buen ibérico. Empastar las voces no es suficiente».
La fobia de Mortier
No es ningún secreto que Mortier es poco o nada partidario de Puccini: «Él admite abiertamente que no le gusta», nos confirma Polasky, que ofrece una explicación: «A mí tampoco, fundamentalmente porque sus partituras son dirigidas según la tradición, no según la música». El propio Mortier ha declarado que «Puccini siempre está en la tesitura media pero yo he oído gritar mucho a algunos cantantes, que es lo que ocurre cuando se quiere tener éxito rápido y fácil. Aquí no va a pasar eso. La orquesta ha trabajado mucho y los cantantes se esfuerzan». Está buscando su propio Toscanini, pues ese es para él el ejemplo de cómo afrontar desde el foso la música del italiano. De momento ha probado con Ingo Metzmacher, uno de los últimos triunfadores de Salzburgo. La última vez que cedió el escenario a un Puccini fue la reposición de «Tosca», de Nuria Espert, en el verano de 2011, para la que contó con la veterana Violeta Urmana en el papel principal. Todo un éxito de público.
Pitos y palmas para Pasqual
La carrera de Lluís Pasqual es absolutamente incontestable, admirado en Italia y Francia, ha sido profeta en su tierra, Cataluña, y se ha ocupado de la dirección del Centro Dramático Nacional en Madrid. Sin embargo, no conserva buen recuerdo de la reacción del público del Teatro Real hacia su «Don Giovanni» de 2005 (en la imagen), ambientado en la posguerra con proyecciones audiovisuales alusivas al franquismo. El reparto cosechó aplausos cada noche y, sin embargo, la propuesta escénica fue abucheada tras cada representación. No ocurrió lo mismo con la exitosa «Tristán e Isolda» en 2008. En esta ocasión, el catalán tampoco evita temas espinosos, como que en la última escena de «El prisionero» es un sacerdote quien le aplica la inyección letal. En «Sor Angélica», la crítica a la Iglesia es más obvia, pero además, el diseñador de vestuario ha querido acercarlo a la realidad española aplicando a la tía princesa una mantilla más propia de las devotas.
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