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Punto muerto por Alfonso Merlos
La democracia es lo que es. Tiene las reglas que tiene y las limitaciones que tiene. Las mayorías también se equivocan. Y la conclusión del 25-M es que los andaluces y los asturianos han perdido una ocasión de oro para sumarse al histórico momento de cambio que vive España. De forma respetable y de acuerdo a una legitimidad indiscutible, pero la han perdido.
En este proceso no se ha dirimido si el proyecto de Rajoy para España espanta o ilusiona; tampoco si genera dudas o adhesiones. Este país se enfrenta a una revolución permanente que a todos concierne y que a nadie puede resultar indiferente. Los ciudadanos de la mayoría absoluta de las regiones tienen claro qué equipo debe capitanearla. Pero hay quienes se resisten.
Es penoso que en Andalucía se haya renunciado a impulsar una revolución en toda regla para acabar con un putrefacto estado de cosas. Es desmoralizador que se haya cerrado la puerta a una etapa que buscaba liquidar el nepotismo, el clientelismo y la corrupción para promover el imperio de la meritocracia, el rigor y la transparencia.
Sin establecer comparaciones que son imposibles, tampoco es un soplo de aliento y de ilusión que en el Principado de Asturias no se haya dado un mandato claro de gobierno a quienes buscaban algo imprescindible: poner fin a experimentos, extravagancias, oportunismos y toda suerte de liderazgos marmóreos.
España necesita para volver a levantarse una sobredosis de energía, talento, ilusión y coraje. Pero ese esfuerzo hay que canalizarlo en un sistema, el democrático, que este 25-M ha dado buena prueba de por qué es el menos malo de todos los que conocemos.
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