Europa

Luxemburgo

Eurogrupo por Cástor Díaz Barrado

La Razón
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La reunión celebrada hace unas horas en Luxemburgo del denominado Eurogrupo ha llegado a la conclusión de que España está adoptando las medidas apropiadas para reducir el déficit y para que la economía española no se encuentre en situación de riesgo o, por lo menos, para que vaya superando la dificultades actuales. Se le anima al Gobierno de España a que continúe en la línea de la consolidación fiscal y se augura que éste es el camino idóneo para sortear la crisis que afecta al conjunto de la eurozona. Los ánimos e, incluso, las alabanzas que recibe el Gobierno español se ven, sin embargo, empañados por la realidad de los mercados, que no dan tregua a la deuda española y que siguen teniendo en el punto de mira a la economía española. La mayor parte de los analistas sostiene que no hay razones ni políticas ni económicas para que España se vea en una situación así. España y otros estados europeos están pagando, de manera especial, las consecuencias del desarrollo del euro y de su acomodo final en la economía mundial. Las perspectivas para el futuro son inciertas y, mucho más, las posiciones que se expresan por parte de los estados y en diversos foros internacionales. Pero, además de la incertidumbre, reina la confusión y a cada minuto se desmienten posiciones, en el caso de España, que se sostenían con toda claridad no hace tanto. La Unión Europea parece una orquesta sin director y tanto Alemania como Francia dan la impresión de que están más preocupadas por sus problemas internos que por lo que acontece en el conjunto de Europa. Lo peor que podría suceder sería asistir a un repliegue en las posiciones europeístas y a un ascenso, sin límites, en la defensa de los intereses exclusivos de los estados. Tantos años de esfuerzos en la integración europea no se pueden saldar con un «sálvase quien pueda» y hoy, más que nunca, deben tomarse decisiones que nos conduzcan, de manera irremediable y definitiva, a la unión de Europa. Los mensajes de las autoridades de la Unión deben ser más claros y contundentes y los líderes europeos deben ser conscientes de que les ha tocado gobernar en un periodo histórico en el que abundan las dificultades pero que, al mismo tiempo, presta una nueva oportunidad para construir un proyecto común, a pesar de todos los inconvenientes. Los estados, como es el caso de España, deben continuar con sus reformas estructurales pero, también, la Unión debe abordar cuanto antes su propia reforma y, sobre todo, debe expresar, con toda nitidez y sin ningún género de dudas, que no es la mera suma de veintisiete estados, sino una organización capaz de hacer frente a la crisis mundial y a ocupar un papel relevante en el concierto internacional.