Londres
Perder no es caer derrotado por Lucas Haurie
Desde que Miki Oca y sus compañeros de la generación dorada ganasen el oro en Atlanta, ningún equipo español se ha proclamado campeón olímpico. Presumimos, con razón, de ser una potencia en los deportes colectivos, pero ese poderío cierto e incuestionable no se corona casi nunca con los compases de la Marcha de Granaderos. Si de «turf» se tratase, se diría aquello de «toujours placé jamais gagnant». En categoría femenina, el único podio era el de las chicas del hockey de Barcelona'92 hasta que estas debutantes pusieron de rodillas en semifinales a Hungría, dominadora histórica del waterpolo mundial. Las chicas del balonmano deben aumentar el botín, en consonancia con los excepcionales Juegos de la mujer española. Con sólo ocho equipos, siete más la anfitriona y cenicienta Gran Bretaña, el torneo era un paseo por el Gotha de la especialidad. Pero la epopeya empezó en el Preolímpico de Trieste, cuando tuvieron que batir en el partido decisivo a Grecia, vigente campeona mundial. En aquella semana de abril, ahogadas por los ríos de tinta dedicados a temas trascendentes para la humanidad como las hemorroides del gato de Mourinho, su clasificación para Londres apenas si mereció un breve en los diarios. Para casos como el que nos ocupa, la expresión «plata de ley» se ha convertido en un lugar. Nunca más pertinente que hoy, cuando nuestros (otrora) ejemplares baloncestistas van a pelear con Rusia por asegurarse una plata nada honorable, más bien sucia. Debe de ser terrible perder una final, sobre todo porque pareció que nuestras chicas fueron superadas por la magnitud del evento y se marchan con la sensación de no haberla disputado a fondo. Pero gloria a ellas, en todo caso.
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