España

Quiero ser funcionario: los mejores estudiantes van al sector público

Los estudiantes con mejores expedientes académicos trabajan en el sector público. Han cumplido su sueño y ahora sufren el recorte de sus sueldos. El día 8 darán la cara: van a la huelga.

Marta Enciso tiene más de 20 matrículas de honor. Trabaja de becaria en la universidad/Cristina Bejarano
Marta Enciso tiene más de 20 matrículas de honor. Trabaja de becaria en la universidad/Cristina Bejaranolarazon

María Viñuelas tuvo dos errores cuando estudiaba en la Facultad de Derecho: fueron las dos únicas veces que no sacó matrícula. Al acabar la carrera, dos despachos de abogados le preguntaron si quería trabajar con ellos. «Preferiría no hacerlo», contestó. En vez de un buen sueldo con apenas 23 años, eligió encerrarse en casa durante cuatro años, convertirse casi en un mueble, salir sólo los sábados o ningún día y estudiar para ser abogada del Estado. No fue por la seguridad de un empleo estable, había otra cosa. Vocación: «Tenía claro que quería opositar por vocación de servicio público. Un Estado como el nuestro, democrático y social,se basa en los servicios públicos y los de mejor calidad son los que se prestan por la administración del cuerpo de funcionarios. Nuestro bienestar depende de los funcionarios», dice con la convicción de un abogado que sabe convencer.Hay 500.000 funcionarios que trabajan en la rama sanitaria en España, más de 600.000 que se dedican al sistema educativo. Muchos son de nivel alto. No es un trabajo al que llegue cualquiera y por eso está poblado de profesionales con un excelente nivel académico. «Hay oposiciones a las que sólo acceden los mejores, personas a las que les gustan los retos», dice José Ignacio Jiménez, de Norman Broadbent. Como María Viñuelas, que nació para estudiar y para ser abogada. Ella lo decidió, aunque no siempre ocurre así. Ser funcionario es una buena salida que mucha gente busca cuando no hay otros trabajos. No sólo en los puestos más bajos, como auxiliares administrativos, donde para 1.000 plazas el año pasado se presentaron hasta 67.000 aspirantes. También en los niveles más altos, el grupo A. «Nunca habíamos vivido una crisis así –explica Fernando Luque, que prepara a funcionarios de alto nivel en la Academia Jurídica FLR–. La gente me llama desesperada para ver si pueden sacar una oposición». Ya no son investigadores o hijos de funcionarios, que desde siempre han pensado en trabajar parar el Estado. No son los vocacionales, son los que buscan un refugio en la tormenta.Primero por necesidad«Ya me he corrido mis juergas, ya he madurado, ya me he casado, he tenido un niño –cuenta Juan–. Ahora quiero ser funcionario». Pide que no se den más datos que el de su nombre, para que su empresa no descubra que está robando horas al sueño por las mañanas, y también horas a su niño los fines de semana, para estudiar una oposición. Al acabar Derecho, preparó un máster, estudió inglés, como todo el mundo, y aceptó la primera oferta que le ofrecieron. Tras diez años en el sector privado con jornadas de doce horas y un sueldo al que tanto le cuesta subir, Juan ha decidido probar el lado público. Él cayó en el tópico, también pensó que los funcionarios eran unos trabajadores con muchos privilegios. Ahora, con su trabajo y su hijo, con la mitad de tiempo para estudiar, ya no le parece tan sencillo. El chollo no es lo que era. «Pero tengo que intentarlo, debo probarme, aunque claro que me asusta la competencia de los demás», cuenta. Seguramente, después, mira el reloj y el calendario. Si ha acabado la jornada laboral, toca el estudio.Para llegar, hay que sufrir. Estudiar seis días a la semana, ocho horas diarias. Y eso sólo al principio; más tarde, cuando se acerca la hora, se complica. «Hay que ser sacrificado y muy constante, porque puedes sufrir lo que se denomina el síndrome de prisionalización, en el que te sientes un preso», explica el profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de Navarra, Ángel Ruiz de Apodaca. Sólo los que están acostumbrados a estudiar tienen facilidad para no sentirlo. Como el protagonista del corto «El opositor», de Fran Perea, los opositores se pasan repitiendo las lecciones con un tono monocorde a todas horas y en cualquier situación. En los momentos de más estrés los temas se cantan en sueños y se despiertan recitándolos. «Yo he estudiado mucho –dice Pablo Segado, que recuerda sus matrículas en el CEU, 23–. Un día apareció un temario para inspector de Trabajo y me puse a estudiar. Estuve un año y ocho meses. La verdad es que sí pasé por alguna crisis. Pero gente cercana me aconsejó bien y seguí. Si lo sacas merece la pena: tienes un puesto de trabajo para siempre y el plus de que estás haciendo un servicio público».La mala prensaHubo un tiempo en el que el sector público estaba mal visto. Los abogados del Estado tenían que soportar cómo algunos compañeros los miraban por encima del hombro cuando todo el mundo hablaba de beneficios extraordinarios y parecía que las empresas y la economía podían crecer indefinidamente. Los abogados del Estado sufrieron una grave falta de personal. Pese a ser una de las oposiciones de más rango en España, las grandes empresas llegaban a las facultades de Derecho y ofrecían cifras mareantes a los mejores de cada promoción. Salir de la carrera con un sueldo cercano a los 40.000 euros era difícil de rechazar. Nadie quería ser funcionario, eso era para los débiles. Los abogados hicieron una campaña de imagen, fueron a los foros de empleo, se vendieron igual que lo hacían las empresas privadas y lograron captar la atención de la gente. La crisis llegó después y aceleró la demanda. Ahora que se ha parado el mundo y no tiene pinta de levantarse, ser funcionario es la panacea. Aunque normalmente se tiene un sueldo más bajo, cobras tu nómina a fin de mes. Tal como está el asunto, ya es un privilegio. Es un trabajo donde se respetan los horarios «y los días libres y las excedencias por los hijos –dice Edmundo Bal, presidente de la asociación de abogados del Estado–. Si tú te tomas el tiempo legal para cuidar de tus niños, no ves mermada tu carrera». Quizá por eso o, principalmente, porque son más constantes y con más capacidad de sacrificio, son más mujeres que hombres las que se dedican a estudiar una oposición. Es como si ellas buscasen antes la seguridad y ellos, el reconocimiento del mundo profesional.Pese al esfuerzo, tras aprobar, ellas y ellos tienen que luchar contra el tópico. Los funcionarios están en el punto de mira. Van a ser los siguientes en sufrir los recortes del Gobierno, pero como disfrutan de puesto fijo, aguantan que el resto de los trabajadores los miren con cierta sorna cuando hablan de sus rebajas de sueldo. Los chistes que bromean sobre la pereza de los trabajadores públicos son un lugar común. Todo el mundo se acuerda del funcionario que le hizo perder el tiempo durante una larga mañana de primavera, pero no del resto. «Esa mala imagen es un tópico, hay trabajadores responsables que hacen más horas. En educación, con los niños, no cabe decir ‘‘ficho y me voy''. Hacemos nuestro trabajo lo mejor que podemos y a veces no está pagado. Es fundamental la parte vocacional», dice Carmen Beneytez, psicopedagoga. Logró el Premio Complutense al mejor expediente académico en el área de Humanidades. Un día, mientras trabajaba y se sacaba el doctorado, le hablaron de una oposición. En un mes repasó los temas y sacó un nueve. Aunque tuvo que examinarse otra vez, ya es funcionaria. Analíticos contra sintéticosElla sabe que no sólo los persigue el tópico, también algunos «headhunter» recelan de los buenos estudiantes con sueños de funcionario. Manuel Gómez López-Egea, de Gómez Egea Cornerstone, explica que las buenas notas revelan el funcionamiento analítico de la mente, cuando las empresas los que buscan son los sintéticos: es decir, los que tienen iniciativa. «La educación es ineficaz, no está enfocada a la resolución de problemas. Las empresas buscan a alguien que saque buenas notas, responsable, pero eso sólo es una parte. También se requiere liderazgo». Los funcionarios de alto nivel pelean contra esa imagen. No son empollones, tampoco perezosos, ni siquiera lamentan la ausencia de llamadas de las empresas privadas. Es otra cosa. «Yo soy una idealista», dice Raquel García Sánchez, a la que se le acaba el contrato este mes en el Gregorio Marañón y tiene que elegir si sigue trabajando para el sector público. Tímida, mira con asombro cómo la doctora María Ángeles Dolores Muñoz, directora del Instituto de Investigación del mismo hospital, va contando su historia, lo largo y complicado que es ser funcionario en un hospital. Lo fácil que es caer en la desesperanza. Raquel García, premio Complutense al mejor expediente académico en la rama de Ciencias de la Salud, número uno en la residencia, podía haber trabajado en una farmacia o haber probado en una empresa farmaceútica, pero ha elegido el sector público porque puede ayudar más a la gente. Observa a su compañera veterana, sin atreverse a interrumpirla. «Aunque yo he tenido ofertas para irme, aquí es donde puedes crear. En la empresa privada tienes que hacer lo que te dicen. Es verdad que ganas más dinero. Pero aquí soy feliz», dice María Ángeles.Al final es eso. Es estar a gusto, pese a todo: «Si sigo en la Universidad es para hacer lo que me gusta, y eso cuenta más que un sueldo o un reconocimiento social o el poder ir ascendiendo», explica Marta Enciso, que con una beca hace la tesis en la Facultad de Química. Mientras, cumple con el sueño de sus padres, ambos funcionarios, y echa cuentas. Tiene 26 años, puede que dentro de diez, con 36, por fin haya logrado una plaza.