Tucson

El miedo

La Razón
La RazónLa Razón

El presidente Obama, con su discurso en Tucson, Arizona, ha intentado cerrar la herida abierta por la matanza causada por Jared Loughner al atentar contra la congresista Gabrielle Giffords. También ha intentado cerrar la herida abierta por la acusación de una parte de la izquierda norteamericana, convencida, al parecer, de que quienes han renovado al Partido Republicano, como el movimiento del Tea Party, son responsables, e incluso instigadores, de un crimen tan atroz.

Políticamente hablando, lo más revelador de estos acontecimientos trágicos no es el crimen de Tucson. No se ha podido establecer la menor relación del asesino con el Tea Party ni con el republicanismo. Insisto bien, nada, ni un solo indicio ni un solo dato permiten respaldar esa hipótesis. En cambio, sí que es relevante la velocidad y la ferocidad con que aparecieron acusaciones tan graves como las que se han lanzado. Quizás nos hayamos acostumbrado a estas reacciones, pero en un sistema democrático y liberal, no es natural que una facción acuse de complicidad en una matanza a su adversario sin –repito– la menor prueba de que exista esa relación.

Hay en esto una quiebra profunda de las reglas éticas, un poso de fanatismo e intolerancia, una disposición a romper las reglas del juego democrático que debe ser explicada más a fondo. Sin duda que quienes han dicho y escrito estas barbaridades las consideran verosímiles: así es como nos ven a todos los que no pensamos como ellos. También hay, claro está, una parte de cálculo político. Después de la crucial victoria republicana de noviembre, había que desacreditar al adversario como fuera, y, además de eso, sembrar el miedo ante la posibilidad de que pueda llegar a gobernar otra vez la derecha, esa colección de monstruos asesinos.

La prensa española de izquierdas ha reaccionado asumiendo con entusiasmo la acusación. Esto nos permite adivinar lo que nos espera después de la previsible victoria del Partido Popular en mayo, sobre todo si se tiene en cuenta que estas próximas elecciones son, en más de un sentido, unas primarias para las generales de 2012. La violencia que se está desatando en Murcia podría ser, desde esta perspectiva, un ensayo general, con sindicalistas y todo, de lo que se nos viene encima.

Lo que se va a sembrar es miedo, y el electorado español –no es el único– es sensible a este «argumento». Frente al miedo, sirven de poco las argumentaciones racionales o los intentos por alejarse del cliché. Los dos son necesarios, por supuesto, pero no infunden seguridad a la gente. Como, por otra parte, la derecha no sabe –ni puede– practicar el «agitprop» que la izquierda maneja con tanta soltura, le queda el recurso de elaborar un relato que permita a la opinión pública compensar la ofensiva en un punto concreto, con la seguridad en el conjunto. Una red, una narración coherente que dé sentido a una realidad previsiblemente muy dramática contribuiría a apuntalar cualquier victoria política y a reducir el alcance de la embestida.