Huelva
Negocio de huevos
En la Junta hay linces a los que el cargo se lo dieron en un concurso de romper botijos con la frente. De hecho, en la Junta hay linces de las dos clases: de los que se crían en cautividad en El Acebuche en Doñana y de los que andan asilvestrados en los pasillos de San Telmo. Los primeros mueren despanzurrados en las carreteras de Huelva pero los peligrosos son los segundos, con los que hay que tener cuidado para evitar que te atropellen con el Boletín Oficial de la Junta. Uno de esos apuntes accidentados concedía un millón de euros al año a un centro de protección de especies que al final resultó ser un pesebre para engorde de sinvergüenzas humanos. Al invento le pusieron un nombre sonoro y guapo, de los que los bancos ponían también a sus bonos para no dar el cante, y la cosa funcionó hasta que al final el tufo traspasó la puerta de la cuadra de los animales. El negocio era redondo, o más exactamente ovalado, pues consistía en recoger los huevos de águilas accidentadas en el campo y asegurar la supervivencia de los polluelos mediante su cría en cautividad. Naturalmente la clave estaba en aprovisionar muchos huevos para dar buena fe del éxito del programa por lo que, más que de huevos, el negocio era al final de cojones. Menos ir a comprar los huevos frescos al supermercado, todas las demás irregularidades se venían practicando. Una extensa red de colaboradores y salteadores de caminos expoliaban nidos a discreción, las crías se robaban allá donde estuvieran y hasta se llegó a establecer un mercado de compra-venta ilegal de aves con los excedentes que quedaban tras presentar sus excelentes resultados a la Junta. Por supuesto, el goteo de subvenciones anuales era fijo y no cesaba por lo que entre pollos, huevos, autillos y enterados, estos listos se han llevado presuntamente unos 1.500 millones de pesetas en los últimos nueve años. Dónde estaba la Junta para vigilarles durante todo este tiempo es algo que aún no sabemos, aunque podemos tener una pista si decimos que fue la Guardia Civil la que detectó que catalogaban como águilas imperiales a ejemplares de otra especie. O sea, que si hubieran subvencionado liebres les hubieran dado gatos y de subvencionar mosquitos le habrían dado gorriones. Más o menos, lo que debe estar pasando con los linces. Los de San Telmo no, los de Doñana, donde cuantos más se mueren más dinero nos cuestan hasta que un día nos digan que todos eran de peluche y que los encargados de vigilarlos eran inspectores falsos. Los de Doñana no, los de San Telmo.
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