Murcia
Fin del mundo
Hoy supuestamente está previsto que se produzca el fin del mundo. Pero si estás leyendo esta columna, el 11/11/11 no habrá sucedido el gran cataclismo y tendremos que esperar a 2012 para que la cosa se acabe del todo. Estas fantasías apocalípticas, que se repiten insistentemente desde hace unos años –aunque nunca se ha ido del todo–, coinciden curiosamente con un momento en el que, en efecto, la posibilidad de un futuro mejor parece no existir o directamente es negada. La crisis económica ha puesto de manifiesto una percepción de la contemporaneidad como un tiempo sin resolución posible.
Es curioso que precisamente uno de los centros de debate de la filosofía contemporánea tenga que ver con esta ausencia de prognosis y falta de creencia en un futuro por venir. Después de la Modernidad, que privilegió el progreso y utopía, y de la Posmodernidad, que se encerró en el complejo de culpa y se quedó anclada en la revisitación del pasado, la Contemporaneidad se muestra como una época de presentismo radical. Una época preocupada por un presente que parece estancado y sin solución. Un presente continuo, dilatado, que gira sobre sí mismo y al que no se le prevé salida alguna.
La propia ciencia ficción ya no imagina futuros utópicos, sino que –amparada en la física especulativa y la teoría de cuerdas– se centra en la exploración de universos paralelos, como ocurre en Fringe, Terra Nova o incluso en Perdidos, realidades alternativas a un mundo que parece haber agotado sus posibilidades de mejora. Ante este panorama, quizá sea el momento de revivir la llama de la utopía y comenzar seriamente a pensar cómo cambiar las cosas. No sea que lo de 2012 al final vaya a ser verdad.
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