Estreno
Berlanga y lo cutre
La verdad es que, siguiendo la truculenta actualidad nacional, a uno no le sale exclamar ni el «España se rompe» ni el «España, aparta de mi este cáliz» sino algo más modesto y sencillito, más doméstico. A uno lo que le sale exclamar es «¡qué momento político más cutre!». Porque eso, la cutrez, es lo que estamos viviendo con un Gobierno no renovado sino clínicamente reanimado; con un guión de la crisis en el que vuelven de modo recurrente el paro y la revisión de las jubilaciones y la comparación con Irlanda de la que no hay forma de librarse; con una ministra de Exteriores que inaugura su cargo yendo a ver a Evo Morales para luego esfumarse del marrón marroquí… Y encima se nos va Berlanga, el hombre que sabía hacer un truco de magia con lo cutre y convertirlo, sin omitirlo, en otra cosa, en su antídoto, en humor, en humanidad desenfadada, en compasión inteligente, en mediodía… Porque el truco imposible de Berlanga era ése, que no huía del realismo ni de las cutreces de la vida para hacernos reír sino que las miraba de frente y las mentaba, pero aún así nos arrancaba la carcajada. Su mirada nos curaba sin engañarnos, nos regalaba la crudeza del espejo como una palmada paisana. No existe mejor fresco de la España de la posguerra que «¡Bienvenido, Mister Marshall!». Y no existe una sonrisa que nos redima de ese pasado como esa película sarcástica y tierna. Se ha ido dejándonos en un presente destemplado y pobretón que si algo necesita es de muchos Berlangas que nos digan la verdad sin envilecernos.
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