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Chinerías por Cristina LÓPEZ SCHLICHTING

La Razón
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«¿Te imaginas que exportásemos mil millones de boinas?». Así se planteaba mi padre las cosas cuando augures previsores advirtieron en los 70 que el futuro sería chino. Yo no concebía, desde luego, semejante montaña de boinas. China era en mi infancia el país de las misiones, las tazas y los abanicos redondos. En el cole hablaban de Mao, pero para nosotros el único chino real era el que nos miraba desde el envoltorio del flan. Recuerdo visitar los primeros restaurantes chinos en los 80, en Madrid, con asombro y regocijo. Después llegó el tiempo en que todo comenzó fabricarse allí; desde las baratijas a las cámaras de fotos. Y recientemente hemos asistido a la sustitución del negocio del calzado o el textil españoles. El cine hace mucho que incluye los títulos chinos y la última fase de las chinerías es la que suministra productos culturales sofisticados. Ahora toda casa de decoración vanguardista debe contar con un mueble chino antiguo, de madera sobria y recia, y cualquier librería que se precie ha de incluir «Los mandarines» de Wu Jingzi. Ya no cabe preguntarse qué necesitamos nosotros de los chinos, sino qué requieren ellos de nosotros. Tengo un amigo armador que me hace estremecer cuando señala que su gran necesidad son las mujeres. Han eliminado sistemáticamente a las niñas y ahora necesitan féminas para reproducirse. Y les encantan las occidentales. Han ido escalando imperceptiblemente el espacio que media entre el folklore y el glamour y me temo que es tarde para lo de las boinas. Papá: como mucho traerán 40 millones de sombreros de paja y los cambiarán por unos cuantos millones de españolas.