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Cruzaron
Es mejor perder un minuto en la vida que la vida en un minuto. Precisamente esto fue lo que no se pasó por la cabeza de las personas que en la noche de la verbena de san Juan cruzaban las vías en el apeadero –que no estación– de Castelldefels. Pasar por el paso subterráneo era una espera que no se podían permitir. La noche se preveía larga. Cinco minutos no eran nada. Pero perder cinco minutos era algo que no se podía aceptar. Estaba prohibido cruzar las vías. Daba igual, el tiempo lo merecía. Cruzaron. Vivimos en una sociedad acelerada y reglamentista. Todo se hace con prisas y deprisa. Pero también, todo –o casi todo– está regulado. El tiempo, más que nunca, es oro. Siempre estamos haciendo cosas. No hay espacios en blanco en nuestras agendas. Perder el tiempo se reduce a una mínima cuota casi siempre improvisada. El exceso de normas provoca una especie de insumisión cívica, de inconformismo, aunque, tienen su utilidad. Regulan una mejor convivencia y dotan de una mayor seguridad. Respetarlas no es sinónimo de sumisión al sistema. Burlarlas o hacerles trampas en el mejor estilo de «hecha la ley, hecha la trampa» puede llevarnos a un trágico error. Cruzaron. Algunos dicen que el tren no pitó y que la muchedumbre colapsaba las salidas. Todo es mejorable, sin duda, pero las vías no deben cruzarse bajo ningún pretexto. Por ahí no van personas, van trenes. Las prisas, la inconsciencia y el inconformismo ganaron la partida. Perdió la prudencia y el sentido común. El efecto manada hizo el resto. Hicieron trampas a las normas. Cruzaron. Sin embargo, no son culpables. Son el resultado de una sociedad estresada.
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