Artistas

Domingo hasta el infinito y más allá

Más de quince minutos de aplausos cerraron el jueves una representación histórica en el Teatro Real

«Domingo llegó y arrasó», dice el crítico del artista
«Domingo llegó y arrasó», dice el crítico del artistalarazon

De Verdi. Voces: Plácido Domingo, Angela Gheorghiu, Ferruccio Furlanetto, Marcello Giordani. Dir. de escena: G. Del Monaco. Dir. musical: J. López Cobos. Teatro Real. Madrid, 22-VII-2010.La crónica musical se convierte a veces en noticiario, y en no poca medida éste es el caso: Gonzalo Alonso ya comentó en estas páginas las características de la producción del «Simon Boccanegra» que cierra la etapa Moral / López Cobos en el Teatro Real y anticipó el «desembarco» de Plácido Domingo en el papel protagonista, con un amplio cambio de reparto en las representaciones tercera, quinta y séptima de las ocho programadas. Pues bien, contemos ya el final de la película: Domingo llegó y arrasó. Quince minutos después de terminada la función, cuando el firmante abandonó el teatro, no se movía de la sala un solo espectador y los «bravos» seguían siendo ensordecedores. ¿Que Domingo cante un papel de barítono? No es novedad: en el mismo Real ya hizo el Vidal Hernando de «Luisa Fernanda», y con Abbado grabó hace años el Fígaro de «El barbero de Sevilla». Cante en la cuerda que cante, Domingo es siempre él, suena a Domingo, y eso quiere decir porte en el tono, musicalidad inatacable y dicción ejemplar. Cuando reconoce en Amelia Grimaldi a su perdida hija María, su forma de entonar el «Figlia! A tal nome io palpito» posee una nobleza y una frescura que para sí querrían grandes traductores del personaje. Al término de la ópera, al salir a saludar, el teatro se puso de pie y pasó de la ovación al clamor: no es sólo que a Plácido se le quiera, es que es difícil no admirarle. Angela Gheorgiu, a la que un público entregado y generoso le perdonó su espantada inefable de hace años en «La Traviata» del mismo López Cobos, fue la gran diva que se enseñorea de la escena… aunque necesitara y exigiera un apuntador, pero yo no prescindiría de la María de Inva Mula. Ferruccio Furlanetto barrió igualmente en Fiesco, aunque Giacomo Prestia no le ha ido a la zaga en las otras funciones. El éxito acompañó igualmente a un valiente Marcello Giordani, pero tampoco olvido a Fabio Sartori. Y Ángel Ódena, ya recuperado, y aquí si salimos ganando, fue un Paolo retorcido y temible. El triunfo, resonante y merecido, acompañó también a Jesús López Cobos, vitoreado por un público que acaso empieza a presentir lo que puede ser su ausencia. Y aunque se ciñe por entero a la propuesta escénica de Giancarlo del Monaco, Domingo también altera, a mejor, la actuación en la escena del Consejo: en vez de permanecer en el trono, baja las gradas para compartir la acción con los figurantes y, sobre todo, llega hasta el borde mismo de la escena para proferir un «Paolo!» que sobrecoge cuando llama al traidor. Como en una apoteosis como ésta todo debe ser perfecto, señalemos que hasta el libro-programa lo era, con un trabajo revelador de Pablo L. Rodríguez sobre las plúrimas visicitudes de los estrenos del «Boccanegra» en vida de Verdi. Ha sido, es aún, el final de una etapa, quemada antes de tiempo. No pasarán muchos años antes de que se diga «¿Te acuerdas del Boccanegra de Domingo?», evocando momentos de oro en la historia del Real…