Libertad y vida humana por José María Marco

Uno de los grandes asuntos del debate Cañizares-Rodríguez Zapatero era el de la relación, siempre complicada, entre Iglesia y Estado. Los dos evitaron la confrontación directa. En vez de eso, optaron por una reflexión general de la que el auditorio podía deducir elementos políticos más inmediatos. El cardenal Cañizares se ciñó a la relación entre Iglesia y sociedad. La Iglesia, desde esta perspectiva, no actúa para sí. Es servidora del hombre. A ella le toca la defensa de la vida, del respeto, de la convivencia. Estos principios se basan en verdades absolutas, que no es posible relativizar. Uno de los orígenes de la crisis está en que la fe ya no alcanza a una sociedad que vive en el relativismo. Si la fe lo es de verdad, tendrá repercusión pública. Ahí está el papel de la Iglesia, según las palabras del cardenal.

Para Zapatero, el fundamento de la convivencia es el Estado constitucional, que a su vez se basa en los Derechos Humanos. De éstos se ha derivado lo que denominó el «triunfo de la democracia». Para Rodríguez Zapatero, este triunfo es la consolidación de los derechos, que deben seguir ampliándose y alcanzando a cada vez más gente en una progresiva y universal democratización. Desde esta perspectiva, la Iglesia no monopoliza el discurso moral ni los valores que todos debemos compartir. La clave de todo el edificio político moderno es el respeto al pluralismo. Ahora bien, existen puntos de encuentro entre la Iglesia y la misión del Estado, tal como la configura el espíritu constitucional. Entre ellos están esos mismos derechos, la libertad individual, la vida humana.

Estas dos reflexiones recogen algunos de los temas del debate celebrado entre el cardenal Ratzinger y el pensador Jürgen Habermas. Inspiran algunas de las grandes reflexiones contemporáneas acerca del lugar de la moral en la vida pública, así como la relación entre democracia y libertad, cuestiones que desbordan con mucho el ámbito de lo puramente político.