Crítica de libros
Una mañana en Emasesa
La crítica hacia cualquiera de los muchos dislates, sobre todo urbanísticos pero en general de todo tipo, cometidos por este Ayuntamiento se ha espantado con la mera agitación de los adjetivos «moderno» y «sostenible», que como cualquier concepto pierden sustancia cuando el uso degenera en abuso. El roce del ciudadano con las terminales del Consistorio, verbigracia Emasesa, nos conduce a todo lo contrario: caspa, cochambre e ineficiencia. Quien no tenga domiciliado, por la razón que sea, el recibo del agua ha de abonarlo en las dependencias de Escuelas Pías, allí donde el-hermano-más-que-amigo Marchena labora sin descanso a cambio de una magra soldada. Pues no cobran con tarjeta de crédito, una forma de pago que se puede emplear ya hasta para adquirir un mechero en un estanco. Por supuesto, no se advierte de esta circunstancia al usuario ni en la carta que contiene la factura ni mediante un mísero cartel pegado a la pared: se pueden imaginar la cara de panoli del ciudadano al que, tras más de media hora de cola, lo invitan a volver previo paso por un cajero. «Que hay uno ahí al ladito, hombre», dice con cierto tono de rechifla el cobrador. Viva la modernidad y viva también el meticuloso servicio público de unas empresas ídem cuyo déficit astronómico sufragamos vía impuestos sin que el Ayuntamiento halle la fórmula legal para bajarle el sueldo a la legión de enchufados que pacen en ella.
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