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El nuevo exhibicionismo

Esta «actividad» ya no se oculta sólo tras la gabardina. Algunos enseñan sus intimidades, otros muestran públicamente cuanto más mejor, y mientras, la televisión exhibe la privacidad de todo tipo de personajes 

El nuevo exhibicionismo
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Se conoce como exhibicionismo ese acto en el que el individuo tiende a exponerse excesivamente en público, y más allá de las normas establecidas. Pese a ello, tendemos a reconocer como exhibicionista a aquel que nos oculta algo tras su gabardina.
En cierta medida, a mucha gente le gusta exhibir su cuerpo en público, sobre todo aprovechando el verano, y pueden llegar a sentirse excitados con ello. Noelia, de 24 años, dice que «usamos el cuerpo porque es una forma de seducción a primera vista, perceptible por los sentidos, jugamos con ello pero no sólo para sentirnos deseadas, sino para gustarnos a nosotras mismas».


Pero sentirse bien exhibiéndose, excitando a los demás, no es cuestión de sexos ni de edad. Así, Marcos, de 30 años de edad, cuenta que «me sube la autoestima saber que esa persona se siente atraída por mi cuerpo, me siento poderoso, y el poder me excita muchísimo». Ana, a sus 50 años, explica que «una vez te acostumbras a hacer top less o nudismo, lo ves natural, pero es cierto que la primera vez resulta una experiencia excitante».

Patológico
Desde un punto de vista psicopatológico, el perfil habitual del exhibicionista, según explica Juan Jose Arechederra, psiquiatra miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), es el de «un varón, generalmente joven o de mediana edad, que exhibe sus propios genitales a extraños», pero cuyo acto «prácticamente nunca se suele acompañar del deseo de mantener relaciones sexuales con el espectador». Para que se denomine como patología, debe suponer un problema para el desarrollo de la vida normal del individuo, que incluso a veces se ve sometido a procesos judiciales. Esto es así porque, aunque la agresión no entra dentro de los parámetros de esta patología, el asalto sí forma parte de su actuación habitual, ya que «el elemento sorpresa forma parte del núcleo del exhibicionismo», explica el psiquiatra.


Como en la mayoría de las denominadas parafilias, el perfil del exhibicionista es casi por norma masculino. Pero socialmente estamos más acostumbrados a ver exhibirse a la llamada "mujer objeto", un hecho más socio-cultural que patológico, en el que se usa el cuerpo como objeto de deseo sexual delante de un público. Esta cuestión no está tan ligada a la propia persona como al entorno social. Así lo explica el profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Luis García Tojar, «la mujer ha estado sometida al hombre desde que el mundo es mundo, y para lograr reconocimiento social muchas mujeres han tenido y tienen que recurrir a su atractivo sexual».


Pese a ello, el psiquiatra de la SEP dice que «hay una tendencia excesiva a esta muestra de la sexualidad, a la pérdida de pudor, y a veces hasta de la dignidad». Y, aunque hay opiniones a favor y en contra, «la vivencia y manifestación de la sexualidad y la de la corporalidad es importante, pero el uso y la exhibición del mismo probablemente esté en unos parámetros algo anómalos». Aunque persiste este modelo, Tojar añade que «la mujer objeto es un arquetipo de nuestra cultura patriarcal que será difícil de superar, lo que no significa que haya que seguir intentándolo». Es cierto que este modelo de «mujer objeto», más que desaparecer, está invadiendo también al género masculino, ya que como indica el experto, «algo ha cambiado con la aparición en los medios de los "hombres objeto"».


Otra cuestión es cómo el exhibicionista actual parece haber colgado su gabardina, y haberla cambiado por la televisión, un modo menos directo de exhibir su privacidad, pero con el que gana más público. «Hay una necesidad creciente de revelar asuntos personales y los medios de comunicación reproducen esa tendencia». Según apunta García Tojar, «este consumo podría ser una repuesta patológica al enfrentamiento de las relaciones sociales en la modernidad actual, vivimos en un mundo demasiado racionalizado, nos sentimos menos humanos y tal vez devoramos intimidades ajenas en un esfuerzo baldío por obligarnos a sentir».